Gramsci y la hegemonía de la cultura globalizada.



Acerca de la teoría de la hegemonía de Antonio Gramsci (Italia, 1891-1937) y la coyuntura teórica de los sistemas hegemónicos con la estructura social, en tanto manifestaciones culturales y no esquemas de dominación de clases, podemos adentrarnos en una serie de consideraciones que ponen de manifiesto el inconcluso papel del Estado como instrumento rector de las relaciones sociales en un marco histórico determinado. Al plantear que las revoluciones sociales no pueden alcanzar sus objetivos mediante la confrontación, sino a través de la mutua colaboración entre las clases hegemónicas y proletarias, Gramsci pone de manifiesto la predisposición inherente de éstas últimas de ser dirigidas en función de un bien social que necesariamente ha de ser distribuido con uniformidad entre las clases para que su premisa sea posible.

No obstante, la consideración de la cultura como un sistema de masas sociales nos conduce a una bifurcación de interpretaciones. Por un lado, la homologación de la cultura por imposición de la clase dominante conlleva a la creación de un perfil empobrecido de los individuos, en tanto requiere de la erradicación de determinados elementos distintivos de uno o varios bloques culturales, como ocurre en la actualidad con el perfil del ciudadano globalizado, quien al haberse desprendido de buena parte de su sistema de valores y tradiciones, refuerza su predisposición a la influencia de la cultura dominante. Por el otro lado, el factor de unidad implícito en un sistema de masas sociales puede ser a su vez catalizador del elemento de autonomía de las culturas locales, en pro de su consolidación y permanencia, como bien puede ejemplificarse en los principios rectores del fundamentalismo islámico.

En este sentido, el gran acierto de Gramsci radica en el planteamiento de que dichas diferencias deben ser consideradas desde los cimientos estructurales del tejido social, es decir, como la resultante de un sistema histórico clasista conformado por grupos socio-culturales que guardan una correlación directa y que, por lo tanto, están impedidos de mantenerse al margen los unos de los otros. Esto no necesariamente ha de significar que el bien social apunte a la integración de los mismos a manera de erradicación del grupo dominante. Por el contrario, queda por demás claro en la teoría de Gramsci que, para que la cultura sea posible, ha necesariamente de darse en el contexto de un sistema de dominación.

De tal modo, la interacción entre bloques socio-culturales puede apuntar lo mismo hacia la diversidad que hacia la uniformidad, de acuerdo al contexto de su circunstancia, y es precisamente en dicha dinámica donde se fundamenta el esquema de sociedad de masas, no por oposición, sino por integración, mediante la intervención periódica de figuras de liderazgo cuya penetración en el tejido del proletariado funja tanto como elemento de motivación como de mediación para los diversos niveles de tensión inherentes a la convivencia entre las clases, de modo que el sentido de las revoluciones sociales apunte al bien común antes que a la imposible derogación de la cultura, vista ésta como un sistema (históricamente corroborado) de clases hegemónicas y subalternas.

Es así como, a la par de las acciones políticas y educativas, la actividad estética guarda un peso específico y un lugar igualmente preponderante en las formaciones sociales existentes, a pesar de la tendencia unilateral a una globalización económica y culturalmente estandarizada, pues es a partir de la conjugación de valores éticos y estéticos como se puede dar cauce a la lectura ideológica de los tiempos.

Y a todo esto, ¿qué nos dice nuestro tiempo?...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario