"LAS CELDAS DEL LOCOTORIO"

CELDA 1

A Espeuta le gusta mirar las estrellas. Se tira de espaldas encima de una gruesa manta polvosa que impide que se pinche con las aceradas puntas de los resortes que se asoman por los hoyos del viejo colchón. La pequeña ventana enmarca el negro telón del cielo, en el que Espeuta distingue algunas constelaciones: La osa mayor, la osa menor, las tres Marías, Orión, Antar, tralalá…
Suspira y entrecierra sus acuosos ojitos para enfocar los cintilantes luceros mientras imagina que vuela sobre el cielo y las nubes, que se remonta hasta la luna y se acerca a las estrellas y voltea hacia abajo y ve la tierra, lejana y azul, flotando como una hermosa canica de agua entre el brillo de plata luminosa que se desprende de la cola de los cometas, mientras ella, como una mota de polvo cósmico, revuela entre el negro silencio del espacio sobre un oscuro telón que luces, salpicado de relucientes brillantinas.
Espeuta sueña despierta, con la mirada perdida en el infinito; sueña que es una estrella, de esas que cintilan sobre el cosmos; sueña que forma constelaciones, que cual collares de diminutos diamantes, penden del oscuro cuello de la noche.
Espeuta se queda observando el cosmos en silencio y suspira de cuando en cuando. Su mirada no es lo único que escapa de su encierro, a través de aquella ventanilla recortada en la gruesa pared de concreto que la separa del mundo, escapa también su alma, que fluye de sus ojos y corre suave cual si fuese el viento, sobre el puente que entre su celda y el cielo tiende la mirada suya. Espeuta no se cansa de mirar, lo ha hecho por mucho, mucho tiempo. Sus ojos no se han cansado todavía; no se cierran casi nunca, por que casi nunca duerme. Espeuta no puede recordar cuando fue la última vez que durmió, que cerró sus ojitos y se desprendió del cosmos inconmensurable, para dejarse mecer en la suave cuna que forman los brazos de Morfeo.
Espeuta lo intenta, pero no recuerda, no logra recordar cuando fue la última vez que pudo cerrar los ojos y dormir.
Eso no le interesa, ella quiere volar, correr por el puente entre sus ojos y el cielo y escapar cada noche, brillar en el cosmos y ser una de esas cintilantes estrellas, para reunirse y formar constelaciones y besar a la Luna en sus plateadas mejillas; para huir lejos, muy lejos de los enfermeros, que cada tarde la sujetan hasta lastimarla y la obligan a tragar esas amargas píldoras para dormir, que se le pegan en la garganta, que se le deshacen dolorosamente en el estómago, como si le prendieran fuego por dentro, un fuego que ni el agua que le dan para pasarlas, logra apagar.
Quiere huir de si misma, de su cuerpo torpe, aletargado por las medicinas, que se ha vuelto una cárcel peor que su celda. Quiere huir de la soledad, que la hiere más que las púas de los resortes que atraviesan el relleno de su viejo colchón.
Por eso Espeuta no quiere dormir, por que no puede, porque no podría vivir sin huir cada noche, galopando sobre el suave lomo de su mirada hasta el cosmos, para danzar con sus estrellas.
Por eso vomita las píldoras cuando los enfermeros se van.
Para no tener que dormir, para no tener nunca, que cerrar los ojos y dormir…

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