Enviado por Rodrigo Alemany...

Columna "Andamios"
publicada el 4 de febrero de 2010 en www.rebelion.org
Comunismo y democracia: de Italia a Chile... de la mano de Julio Anguita

Por Mario Amorós


Mi canto es de los andamios
para alcanzar las estrellas
Víctor Jara – Manifiesto

Fue a mediados de los años 90. En uno de sus últimos discursos como secretario general del Partido Comunista de España en la Fiesta anual que tenía lugar entonces en la madrileña Casa de Campo, Julio Anguita nos preguntó a las miles de personas que le escuchábamos: “¿Qué ha ganado el pueblo italiano con la desaparición del Partido Comunista?”. Hacía pocos años que el gran PCI había optado por su transformación en un partido socialdemócrata (si bien un sector minoritario constituyó Refundación Comunista) y en Italia ya gobernaba Silvio Berlusconi y se percibía claramente el ascenso de la xenófoba Liga Norte de Umberto Bossi y de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, heredera del fascista Movimiento Social Italiano.

El Partido Comunista Italiano, la organización de Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, Luigi Longo y Enrico Berlinguer, el PC más poderoso de Europa occidental, que aglutinó a los principales intelectuales y a millones de trabajadores, el alma de la lucha contra el fascismo durante la II Guerra Mundial, no fue capaz de enfrentar la crisis que terminó con la desaparición de la Unión Soviética y desencadenó la transición al capitalismo en el este de Europa. Cuando se celebró en Rimini entre el 31 de enero y el 3 de febrero de 1991 el XX Congreso del PCI, este partido tenía 1.265.000 militantes y acababa de obtener el 23,8% en las elecciones provinciales del año anterior. Aquel Congreso aprobó la disolución del PCI y su mutación en el socialdemócrata Partido Democrático de la Izquierda, que en 1998 pasó a denominarse Demócratas de Izquierda y en 2007 constituyó junto con otras fuerzas el Partido Democrático.

La decisión del PCI sirvió a los grandes medios de comunicación europeos y a los poderes fácticos para exigir a los partidos comunistas que emularan el ejemplo italiano. En España, el PCE decidió en su XIII Congreso que seguía teniendo pleno sentido la existencia de una fuerza política comunista y la lucha por el socialismo. No fue fácil desafiar al huracán que proclamaba el “fin de la historia”, la victoria definitiva del capitalismo.

Hoy en Italia el triunvirato Berlusconi-Bossi-Fini sostiene uno de los gobiernos más reaccionarios de Europa, que criminaliza a las minorías étnicas (principalmente a los gitanos) y persigue a los inmigrantes en situación administrativa irregular, en virtud de la reforma legislativa promovida en 2008 por el ministro del Interior, Roberto Maroni, miembro de la Liga Norte. Y, como en una pesadilla que nos devuelve a los años 20 y 30 del siglo pasado, grupos con la simbología fascista vuelven a “vigilar” las calles de algunas ciudades. El ascenso del populismo de Berlusconi y su alianza con el fascismo del siglo XXI no pueden entenderse sin la desaparición del PCI, la actual crisis de Refundación Comunista y la progresiva desaparición de la memoria histórica de la heroica resistencia contra el fascismo. La pregunta que una noche estrellada de septiembre nos hizo Julio Anguita conserva toda su vigencia.

Mientras los dirigentes del PCI encaminaban a su partido hacia el suicidio, en Chile la victoria de Aylwin en las elecciones presidenciales de diciembre de 1989 precipitó el final de la dictadura. En aquellos días el Partido Comunista inició una campaña pública para conquistar de nuevo la legalidad, con la hoz y el martillo que creó José Balmes. El lema de aquella campaña (“Chile necesita un Partido Comunista”) debió haber cruzado el océano y resonado en la conciencia de los camaradas italianos, que sólo podían tener motivos para enorgullecerse de la historia de su Partido.

El 13 de enero de 1990, miles de personas llegaron al Estadio Santa Laura, donde Gladys Marín expuso los grandes desafíos que la izquierda debía asumir ante la nueva etapa: una nueva Constitución, la democratización de las Fuerzas Armadas, la derogación de la legislación laboral de la dictadura, una ley electoral democrática, verdad, justicia y memoria en materia de derechos humanos... “Y hoy, después de 16 años de dictadura, donde no sólo hemos sobrevivido, sino que hemos vivido luchando –aseguró Gladys-, tenemos fuerza política, fuerza moral, para decirle a todo Chile que aquí estamos dispuestos a seguir combatiendo por la felicidad de nuestro pueblo, por el derecho a ser libres y dignos. Declaramos ante todo Chile que el Partido Comunista sale a la legalidad... Emergemos de la dura clandestinidad para envolvernos en nuevas tormentas. Emergemos con la poesía de Neruda y el canto de Víctor Jara, emergemos con la nueva hoz y martillo que nos ha regalado José Balmes, llena de colores y bellos trazos. Emergemos como auténticos patriotas, iniciando esta nueva marcha”.

Veinte años después de aquellas palabras, el Partido Comunista cuenta con tres diputados y su contribución será decisiva para que el periodo que se inicia el próximo 11 de marzo sólo dure cuatro años. Acá, en Europa, muchos han comparado en los últimos días a Sebastián Piñera con Silvio Berlusconi (ambos tienen un equipo de fútbol muy importante, canales de televisión, una inmensa fortuna...). De Berlusconi ya lo conocemos todo: sus políticas reaccionarias, su anticomunismo soez, sus vínculos con la Mafia, su desapego por los valores democráticos... Sin la desaparición del PCI y la debilidad actual de la izquierda no hubiera podido triunfar.

Piñera, en cambio, tendrá enfrente a un movimiento de derechos humanos que logró la detención de Pinochet en Londres y su procesamiento en España y Chile, así como el de centenares de represores en los últimos años, a una izquierda en crecimiento, con sus valores y principios históricos en alto, y a un movimiento obrero y sindical fortalecido en los últimos años en torno a la Central Unitaria de Trabajadores.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.