Albedo 0.39

Tomado del latín albus (blanco), el albedo se entiende como la capacidad reflectiva de los cuerpos a la radiación solar, en todas sus longitudes de onda, y se cuantifica de acuerdo a la relación entre la cantidad de radiación reflejada por los cuerpos con respecto a la que incide sobre su superficie. De tal modo, un cuerpo idealmente blanco tendría un albedo igual a 1 (100%), mientras que el de uno idealmente negro sería 0 (%). Paradójicamente (aunque no erróneamente), al sol se le considera como un cuerpo negro, mientras que la Tierra ocupa un punto intermedio entre rangos determinados de acuerdo a distintas variables en su composición, como las extensiones continentales, porcentajes de suelos secos o mojados, arenosos o verdes, de vegetación corta o alta, extensiones mundiales de campos de sembradío, bosques de diversos tipos, extensiones acuosas y el ángulo de incidencia de éstos con respecto al cenit en las distintas estaciones del año, zonas nevadas, glaciares, nubes gruesas o delgadas, los niveles de gases de invernadero, etc. La sumatoria promedio del albedo de cada uno de estos elementos de la superficie terrestre (además de su atmósfera) a lo largo del año arroja como resultado un albedo de 0.3 a 0.4. Esto significa que el albedo global no es una constante, sino por el contrario ha sufrido variaciones naturales de acuerdo a la historia geológica, y más recientemente por efecto de la actividad humana.

Aunque se trate de un concepto físico, bien podríamos tomar el albedo como base para reflexionar sobre la capacidad reflectiva de otros aspectos de tipo intangible bajo una óptica estrictamente metafórica. Consideremos, por ejemplo, que en vez de la cantidad total de radiación estamos partiendo de la cantidad de información acumulada de la que disponemos (o la suma del conocimiento histórico), y que la superficie física sobre la cual ésta incide no es otra que el género humano. La estimación, entonces, consistiría en determinar qué tanta de esa información es reflejada por nosotros a manera de evolución del razonamientos en ideas elaboradas, y qué tanto se queda en la opacidad como acerbo estacionario.

En un mundo como el actual, en el que basta hacer un clic para obtener toda clase de información (Google registra actualmente 31,000 millones de búsquedas al mes), es imprescindible cuestionarnos los efectos de esta escalada. Sólo la cantidad de nueva información generada en 2008 (equivalente a 4 exabytes, o 4 bytes seguido de 19 ceros) supera la acumulada en los últimos 5 mil años, y se estima que, en lo referente a ciencia y tecnología, la cantidad se duplicará cada dos años. A la par del crecimiento exponencial de la información, los retos y problemas que de ésta se derivan aumentan, al igual que el grado de responsabilidad en los fines para los cuales habrá de destinarse su uso. Y por ello la necesidad de formular un balance objetivo con respecto a la incidencia de la información sobre el desarrollo humano e intelectual de nuestras sociedades.

Podríamos suponer prematuro el establecimiento de un diagnóstico de la situación, tomando en cuenta que este tipo de escalada —en que la información se genera más rápidamente que nunca— apenas ha comenzado en términos de la historia moderna. No obstante, si tomamos la revolución industrial como punto de partida respecto a los retos que actualmente afrontamos en materia de salud, social, educativa, económica y ambiental, resulta imperativo cuestionar si estaremos preparados para reconocer y atender oportunamente los futuros desafíos que resulten del actual ritmo de desarrollo.

Ante la imposibilidad de predecir las particularidades de muchos de estos retos por venir (dado que la información referente a ellos no se ha generado aún), los programas académicos actuales no brindan garantías sobre problemas específicos futuros. El grado de preparación entonces se vuelve relativo a la creatividad con la cual haremos uso de la información disponible para hacer frente a tales eventualidades, lo cual conduce a una pregunta elemental: ¿Serán las generaciones venideras lo suficientemente creativas en la aplicación inteligente de la suma de sus conocimientos?

Modelos educativos que privilegian la memorización por encima del desarrollo de habilidades del pensamiento contribuyen primordialmente a censurar los errores antes que estimular la creatividad para sobreponerse a ellos mediante un razonamiento de tipo innovador, de tal modo que el índice creciente de conocimientos adquiridos corre el riesgo de volverse, según el caso, inversamente proporcional a la creatividad con que se emplean. La subestimación del desarrollo de las capacidades creativas de los individuos representa la coronación de un método educativo diseñado en función de las capacidades productivas, adecuado quizá para satisfacer las necesidades de un mundo en pleno proceso de industrialización, como lo fue el siglo XX. El mundo presente, sin embargo, afrontará retos nuevos, específicos e inmediatos, y la complejidad en las variables de éstos se acrecentará a la par de la información que continúe generándose de manera exponencial.

La creatividad como herramienta en la búsqueda de soluciones a problemas determinados juega entonces un papel destacado, y dado que ésta no se memoriza, sino se estimula, parece razonable reconsiderar las jerarquías impuestas a las distintas áreas del conocimiento humano, donde las disciplinas estéticas juegan un rol secundario en la valorización del potencial de los individuos, lo cual arroja dos serias consecuencias: una formación humana no integral, y la degradación de aptitudes sensibles (creativas) como criterio de selección académica, profesional y laboral.

De cara a la interrogante sobre los retos futuros inmediatos de una sociedad globalizada, parece oportuno profundizar en el concepto común de inteligencia, y dar énfasis al desarrollo de las habilidades creativas como motor de desarrollo intelectual en el proceso formativo de los individuos, sea neurológico, académico, espiritual o humano. No será ésta quizá la panacea en la búsqueda de soluciones a venideros desafíos, no obstante se trata de un instrumento acorde a las necesidades, y más aún, complementario a la diversidad y dinamismo de los procesos nerviosos hasta ahora conocidos del pensamiento.

Si el albedo consiste en la capacidad reflexiva de los cuerpos a la radiación incidente sobre ellos, ¿qué tanta trascendencia reflejaremos nosotros, como sociedad o individuos, a partir de la suma del conocimiento histórico que nos precede?

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