RESEÑA DE LAURA LINARES


Laura Linares Palacios, envía esta reseña, en la que nos muestra el carácter de Andersen, su espirirtu eternamente infantil y creativo, su gran imaginación, como virtudes necesarias o almenos deseables en el hombre y la mujer, a toda edad. Al viajar por el espacio de la vida de Andersen que Laura nos regala en esta espléndida narración, no pude menos que recordar el epígrafe de Antoine de Saint Exuppery, con que comienza su libro "El Principito" y que dice algo como: " A León, cuando era niño...."

Reseña Cuentos Andersen.

En las calles de Odense, Dinamarca, un pequeño niño proletario, Hans Christian Andersen, huye a través de la imaginación del sórdido ambiente familiar donde comparte espacio y miseria con una madre alcohólica y un padre zapatero sujeto a profundas depresiones, sobre un bastón cuyo mango reluciente se transforma en una soberbia cabeza de caballo de crines negras, largas y ondulantes, y al que súbitamente le crecen cuatro patas vigorosas y esbeltas.
Mientras el corcel bebe de una charca, Andersen dialoga con un ángel que sólo a él le es dado vislumbrar. La espiritual criatura le relata que bajó de los confines del firmamento a recoger un niño muerto, y que buscará las flores más hermosas para entregar un ramillete al Señor, como es costumbre, para que florezcan todavía más bellas que en la tierra.
Luego, el escritor trota hacia el bosque. En un claro, del bolso de su pantalón cae un grano de cebada distinto del que siembran los labradores. De él crece un tulipán, en cuyo centro se encuentra una diminuta niña sentada sobre los verdes estambres.
Andersen regresa a casa a contarle a su padre lo sucedido, pues con él comparte delirios, mas encuentra al zapatero en su lecho mortuorio. Entonces, de trece años, confiado en que “hay un Dios que todo lo conduce para bien”, el literato parte solo y sin recursos a Copenague. Después de dos años de penuria, gracias al interés del director de teatro Jonás Collin, obtiene una beca que le permite terminar el bachillerato. A partir de entonces, el escritor comienza a publicar sus primeros relatos, piezas de teatro y novelas.
Debido a sus cuentos e historias, el escritor ascendió socialmente a las cortes reales como tanto había perseguido, y ahí brindó con el emperador cuya alma fue alejada del fantasma de la muerte por el canto de un ruiseñor y con la pequeña ondina, hija del rey de los mares, que se elevó al mundo de los espíritus del aire por perdonar la vida al príncipe que nunca la amó.
En los cuentos de Andersen, algunos tomados de la imaginación popular y otros de su mitología personal, se nos muestra que el mundo de todo hombre comienza por una revolución del alma que no es sino el asombro infantil, y que para recuperar el cosmos vislumbrado en nuestros primeros años, es preciso revivir nuestros recuerdos y recuperar nuestras imágenes primitivas.
Las ensoñaciones del escritor son prueba de que la subsistencia de un núcleo de infancia en nosotros es necesaria como un principio de vida siempre acordado a las posibilidades de recomenzar. Así un patito feo, vilipendiado por patos y gallinas, al que hasta su madre solo quería perder de vista, se transforma en el más bello de los cisnes.
Al respecto, Baudelaire, nos alumbra al reflexionar que la verdadera memoria, considerada desde el punto de vista filosófico, no consiste sino en una imaginación muy viva, fácil de conmoverse y por lo tanto susceptible de evocar en apoyo de cada sensación las escenas del pasado ofreciéndolas como el encanto de la vida.

A partir de esta frase, no es posible comprender que la infancia no es algo que se seca en nosotros cuando ha cumplido un ciclo, sino que continúa enriqueciéndonos a nuestras espaldas, y que el retomarla nos devuelve la paz y testimonia el haber sido tocados, cuando niños, por la gloria de vivir.
Los cuentos de Hans Christian Andersen, engendrados en su alma infantil, además de haber arrullado nuestras duermevelas primerizas, y de apaciguar las preocupaciones y desánimos que nos acongojan al paso del tiempo, nos devuelven la capacidad de dialogar con nuestros fantasmas, saborear las memorias de la abuela, y conmovernos
con el olor a pan horneado exhalado del fogón.
Después de leer estos relatos, es imposible dejar de acercarnos al oído la aguja de zurcir para escuchar su sentir, o de complacernos de como nuestra tetera, orgullosa, presume de su porcelana con el resto del juego del té. Luego, sin precisar la razón, removemos el carbón de la chimenea en busca del apasionado soldado de plomo, o prevenimos, en silencio, a los abetos que disfruten del rayo de sol mientras éste los mime, ya que de un momento a otro puede sucederles lo mismo que al inmortal pino cuya historia Andersen nos descubrió, que fue consumido por el fuego de la caldera sin siquiera disfrutar su infancia por el ansia de crecer.

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