Día 9 en casa, sin ella…
25.08.2015
(Una nueva estrella brilla para siempre…)

I.-
Me siento solo.
Nada llena esta soledad, ni las lágrimas que se me escurren por las mejillas, ni la ansiedad que oprime mi pecho y me impide respirar bien. 
Es una angustia que no percibo como mía nada más, es también de ella.
La siento como si estuviera aquí, sentada junto a mí, negándose a marcharse de esta vida, así como era ella, rebelde hasta con la propia muerte. 
La siento, la percibo con miedo  e incertidumbre.
No quiere estar sola.
No quiere estar sin nosotros, sin José y sin mí.
Esa soledad la agobiaba enormemente.
Solía decirme que no podía soportar estar sin  nosotros mucho tiempo,  y en los días en que ella no podía salir de casa por efectos de la quimioterapia,  me sentía angustiado por no poder estar todo el día con ella.
Me sentía afligido y apuraba mi rutina de trabajo al  máximo, para regresar a casa lo antes posible y estar a su lado.
Deberían de ver su cara, su carita hermosa,  cuando regresaba y me veía aparecer por el marco de la escalera, en la entrada de nuestra recámara. Brillaba como si fuera un sol.
 Se alegraba y en su voz podía percibirse la emoción de quien se siente feliz.
Le hablaba con voz de bebé, como si ella fuera mi mama y yo viniera regresando de la escuela, y se reía, se enternecía  y lo disfrutábamos mucho. Siempre le traía alguna sorpresa, una cartita de amor, un chocolate, un dulce, una flor…
Me la escondía en la bolsa de mi pantalón y cuando me acercaba a saludarla y me inclinaba sobre su sillón reposet a darle un beso, ella metía su manita en mi bolsa y buscaba su sorpresa como  una niña pequeña cuando llega su papá.   Luego pasábamos la tarde comiendo, platicando y viendo programas de Discovery en la tele, que le gustaban mucho.  Cuando estaba bien, bajábamos y nos poníamos a regar sus plantas, comíamos galletas y  escuchábamos música.
Le gustaban  Bob Marley, Fernando Delgadillo, Eric Clapton, Serrat, Silvio, Joaquín Sabina, la música clásica, la de Putumayo, y un disco que tenemos,  de unos jaraneros,  Eugenia León y  Edith Tamayo, una cantante sinaloense que radica en Dinamarca e interpreta  sones mexicanos.
A veces  se levantaba muy temprano, abría todas las ventanas de la sala y el comedor  y ponía la música un volumen muy alto, mientras subía a la terraza a echar la ropa en la lavadora.
Yo pensaba que escalaba el volumen para poder escuchar su música estando arriba y un día me confesó que no lo hacía por eso, que le subía al volumen para que no se metieran las ardillas por las ventanas e hicieran algún desastre,  pues al estar la música  fuerte, pensaban que ella estaba ahí.
Le gustaba conversar con sus plantas y no paraba de limpiar por aquí y por allá.
¿Quién entró al baño y se acabó el papel?- gritaba
¡Está toda embarrada la cocina! – gruñía -  ¡hay masa de hotcake hasta en el techo!...
¡Miguel! – gritaba
 ¡Ven a limpiar esto inmediatamente!
Y yo corría, trapo en mano, a cumplir sus órdenes.
¡José Antonio! –  se escuchaba su voz
¡Otra ve comiste en tu recámara!
¡Dejaste el plato y la cáscara  de plátano desde ayer! – refunfuñaba...
 Y aquél corría por las escaleras rumbo a su cuarto a llevarse el plato a la cocina y tirar la basura…
Me regañaba por no dejar las llaves en su lugar, por no poner la bomba del agua, por dejar la luz de la escalera encendida, por comer en la sala y dejar mis chanclas junto a la cama y mis zapatos en el estudio. 
A José,  por no tender su cama, por comer usando la computadora, por no apagar el calentador y no poner a cargar su celular, por dejar la ropa sucia fuera de lugar y por avisar a las diez de la noche que necesitaba comprar cosas de la papelería para el siguiente día…
Pero eso sí, siempre estaba al pendiente de nosotros, nos envolvía con un lienzo de amor hermoso y suave y nos brindaba toda su atención y su cariño. Nunca nos faltaba ropa limpia, o jabón, pasta dental, papel de baño, flores, plantas y hermosos detalles decorativos por todo lados, comida, fruta, golosinas, cereal, miel, papel de baño, toallas, agua caliente  para bañarnos, pan de dulce  y leche para cenar y de postre un cálido beso, y un -te amo-  para cada uno, que pronunciaba con su vocecita cansada por toda la jornada, pero siempre tierna,  como el  amor que sentía por ambos.

II.-
Hoy en particular, más que ayer y todos los demás días, la extraño.
 No puedo dormir. Cierro los ojos y la veo  con su carita de ángel frente a mí y comienzo a dormirme y desaparece, entonces despierto sobresaltado porque no quiero que se  vaya, no quiero dejar de verla y de nuevo cierro  mis ojos y la vuelvo a ver y el sueño comienza a vencerme y ella a desaparecer y despierto de golpe…  
Hace frío, es de madrugada y salgo a la terraza.
El cielo está despejado y brillan algunas estrellas,  de pronto me siento como aquél caballito que de niño tenía. Estaba hecho de roble y sus alas de madera estaban apolilladas. Me gustaba ver su silueta a contra luz, sobre el  lienzo brillante  de la ventana. Se veía imponente. Siempre imagine que por las noches,  se convertía en un hermoso Pegaso plateado y que volaba hasta los más remotos confines  del universo y al agitar sus alas dejaba un rastro de polvo luminoso sobre el negro telón del cielo nocturno,  que se confundía con las millones de estrellas que cintilaban en la impenetrable oscuridad y le daban cierto sentido a ese lóbrego mundo, que no sería absolutamente nada, sin la luz intermitente de aquellos  mágicos luceros que palpitan,  como prístinos corazones,  en la inmensidad del cosmos. 
Entonces recordé  que alguien me dijo hace mucho tiempo, que existe una antigua leyenda que cuenta que,  al ser creados cada uno de nosotros  y estar listos para nacer, un ángel siembra una pequeña semilla de luz en nuestros corazones,  que cada día de nuestras vidas, crece y  se va volviendo más y más luminosa, hasta que llega el día en que ha crecido lo suficiente y  debemos dejar esta existencia terrenal para trascender a una nueva etapa;  entonces esa semilla se libera y se eleva hacia el cosmos inconmensurable, convirtiéndose en una hermosa estrella, que brilla para siempre… 
Levanto la vista hacia el cielo y entre miles, una estrella que cintila intensamente  llama mi atención,  estoy seguro de que es ella, de que es esa la pequeña semilla de luz que vivió y creció en su corazón todos estos años, y que ahora brilla allá arriba para siempre, y que cuando quiera, cualquier noche, cualquier día, podré salir  y levantar la vista y verla…  Quisiera que José estuviese conmigo en estos momentos y  pudiera verla. 
Mis ojos se nublan por las lágrimas y una sensación como de un calorcillo, casi clandestino, se apodera de mi pecho y se mete en mi corazón. Siento como la angustia se va, se disipa como el calorcillo que llegó de pronto y regresa el frío matinal y ya no me siento solo,  volteo hacia el cielo y veo todas las estrellas, y de pronto entiendo que allí están ella y todos los que se fueron antes, y les envío mi amor y les pido que nunca dejen de brillar.  Luego me pregunto  cuando mi semilla de luz, habrá crecido lo suficiente, para poder elevarse al cielo y  relumbrar junto a ella.

Entre la bruma del ensueño, surge un poema que cabalga  al ritmo de la sonata que interpreta un grillo…

Esta noche
soy como un caballo
hecho de roble
que relincha
al son de los grillos
cabalgando el sendero
del cielo estrellado
viendo crecer el moho
entre mis cascos
de madera…

Soy como la crin
de zacatillo
amarilla mazorca
agito mi cola
como mechudo de trigo
entre miles de espigas
ambarinas
solares
agitadas por el viento
de la noche
suave
como los sueños que duermo
y que me desvelan
mansa y dulcemente como tú....

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