En este año de 2008 han dejado de existir varios personajes del mundo de las letras algunos reconocidos en sus localidades, otros universalmente.

Tal es el caso del inglés Harold Pinter, quien en 2005 resultó ganador del premio Nóbel de literatura. (lo escribo con minúsculas por que ese es un premio menor y por tanto un suceso menor y esto lo digo sin ínfulas de alguna clase). El Nóbel ha sido, desde siempre, un premio para reconocer más que el talento o la trayectoria de algún literato, su sometimiento al sistema y su aprobación de las reglas del juego político, social y económico a nivel mundial. Salvo algunos casos, entre los que destacan Pablo Neruda y José Saramago, por ser los únicos literatos, miembros de un partido comunista, en haberlo recibido, -no hay que olvidar que Pasternak en 1958, Shólojov en 1965 y Solzhenitsyn en 1970, eran disidentes de la Unión Soviética- no recuerdo otro, como el caso de Harold Pinter, un hombre dedicado al teatro, talentosísimo escritor, conocedor del espíritu humano como pocos, creador de grandes y fabulosas historias que en el escenario teatral encontraron su principal escaparate. Pinter, además de de un émulo de Shakespeare, fue siempre un hombre en toda la extensión de la palabra y esto no lo digo por su fervor confeso por las mujeres, si no por su alto espíritu humano.

Harold fue un hombre que nunca se permitió a si mismo la abstracción ante un mundo convulso como el nuestro; se obligó a mantenerse atento a cualquier costo, nunca escatimó en comentarios públicos sobre la terrible situación de injusticia y abuso a la que el occidente y sus potencias sometían al resto del mundo. Criticó la guerra y a sus artífices, criticó la desigualdad, la explotación, el imperialismo de las potencias del occidente, principalmente de los EE.UU. y de Inglaterra, señaló siempre a quienes creyó responsables de dichos males y defendió en todos los foros donde participó, los derechos de los grupos vulnerables y de los mas oprimidos.

Ese fue también Harold Pinter, el rebelde, el valiente, el hombre de principios.

Recuerdo bien -como recuerdo de el siempre su sencillez, tan natural y sin pretensiones- su respuesta a los reporteros a la salida de su casa en Londres, cuando se enteró de que había ganado el Nóbel y le preguntaron que por que creía el haber ganado el afamado premio. Con cara de sorpresa, soltó un sencillo y muy cierto:
“Lo mismo me pregunto yo…”

Era claro lo que Pinter pretendía comunicar a los medios y al mundo con esa respuesta.

El llevaba años realizando un activismo contra las políticas de EE.UU. e Inglaterra en medio oriente, contra la guerra, contra los bombardeos de la OTAN en Bosnia, manifestandose a favor de las minorías kurdas y aborreciendo públicamente las prácticas imperialistas de las superpotencias occidentales. ¿Como podría pensar Harold entonces, que sería él, el ganador de un premio que normalmente se entrega a quienes además de tener una excelsa trayectoria literaria, son de alguna manera, si no testaferros del sistema, si personajes a modo, que se dedican a su arte y se mantienen al margen del juego político y económico mundial?

Así fue y en 2005, año en que decidió no escribir mas obras de teatro y dedicarse de lleno a la poesía y al activismo político, Harold Pinter, increíblemente fue el ganador del premio Nóbel de literatura, acontecimiento por demás notable, por tratarse de quien se trató.

El decidió no recibirlo personalmente, pues su lucha contra el cáncer que lo tenía casi postrado en aquellos años y su activismo político contra la guerra que se había desatado en Irak, le reclamaban de todas sus fuerzas, por lo que entre gastar energías en participar en el besamanos de Oslo o solicitar ante el tribunal internacional de la Haya, la interposición de un juicio por crímenes de guerra, contra el ministro británico John Blair y el presidente norteamericano George Bush, prefirió la segunda opción. Esos eran los tamaños de Pinter, los de un hombre de verdad.

El pasado miércoles 24 de diciembre, su segunda esposa lady Antonia Fraser, anunció su partida final. Sería común decir que el cáncer lo habría vencido, común también desearle el descanso eterno y común soltar alguna somera frase de despedida, prefiero decirle adiós con un poema:

Me pide tu recuerdo
que lance
invocándolo al viento
las sílabas eternas
de tu triste
nombre…

Que no postergue
pensarte
que no te diluya
el tiempo
que no te pierdas
en la distancia
que nunca
te descarne…

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