La llegada de un nuevo año representa el lugar común de la ciclicidad, principio, renovación, punto de partida de las proyecciones ideales del yo, paréntesis introspectivo, libro en blanco entregado a la tinta de la voluntad individual. Paralelo a este tipo de nociones conductuales, el año nuevo enmarca también una loable victoria de la observación y el pensamiento razonado a lo largo de la historia en aras de la medición del tiempo con fines de orden lógico, científico y civil. La evolución en los cálculos sobre la duración del año solar ha sido resultado de un proceso basado en observación astronómica y las evidencias que ésta arroja, a partir de la elegante constante impresa en nuestra bóveda celeste, no obstante la intervención de dictámenes políticos y eclesiásticos ocurridos a lo largo de la historia del mundo antiguo.

Actualmente sabemos con suma precisión que la duración del año solar consta de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45.5 segundos. Los primeros calendarios conocidos, como el calculado por los antiguos babilonios, basado en doce meses de treinta días a partir de los ciclos lunares, requerían de ajustes periódicos para hacerlos coincidir con los movimientos estacionales del sol. Los egipcios perfeccionaron el cálculo agregando cinco días al final del calendario. Griegos y romanos intercalaban meses adicionales a intervalos determinados por el número de días establecidos en sus calendarios y el consecuente desfase estacional. Fue hasta el siglo I a.C. que el astrónomo Sosígenes estableció la duración del año en 365 días, y uno bisiesto de 366 cada cuatro años. En 44 a.C. Julio César instituyó dicho sistema para el impero romano (en su honor nombrado juliano). Su sucesor, Augusto, instauró la duración de cada mes tal como la empleamos en la actualidad.

Los cálculos de Sosígenes fueron los más acertados hasta entonces, aunque inexactos por 11 minutos y catorce segundos, lo cual desfasó el calendario a razón de un día cada 128 años. Hacia 1582 d.C., en pleno apogeo católico europeo, el entonces Papa Gregorio XIII eliminó diez días del calendario, no por razones matemáticas, sino porque las festividades eclesiales tendrían lugar en estaciones distintas de las acordadas en 325 d.C. (durante el Primer Concilio Ecuménico de Nicea). La erradicación de diez días del año 1582 d.C. ubicaría nuevamente el equinoccio de primavera en el 21 de marzo, tal como ocurriera en 325 d.C. Como parte de la reforma, y para prevenir la tasa de desfase del calendario juliano, se determinó como años bisiestos a aquellos cuyas dos últimas cifras fueran divisibles entre cuatro, a menos que su terminación fuera doble cero; en tal caso, el año (de cuatro cifras) debería ser divisible entre 400 para considerársele bisiesto.

Aunque el calendario gregoriano prevalece hasta la actualidad, la regla impuesta por Gregorio XIII es inexacta, en el estricto sentido de que los años múltiplos de 4,000 terminan en triple cero, no doble, de tal modo que a partir del año 4,000 habría un desfase de un día, puesto que, a pesar de calificar como año bisiesto, según la regla gregoriana no puede serlo.

Aún queda un largo trecho para que la humanidad llegue a tal disyuntiva. Sin embargo no es en vano considerar el hipotético caso de que un nuevo desfase en el calendario ocurriera en nuestro tiempo. ¿Veríamos una nueva reforma o un nuevo calendario ajustado a mediciones modernas? ¿Imperaría la tradición eclesiástica o el conocimiento astronómico alcanzado hasta hoy?

El calendario gregoriano bien se le puede considerar como calendario cristiano, del mismo modo que existe un calendario judío y otro islámico. En el calendario judío se contempla la creación del mundo en lo que ahora conocemos como la edad de bronce. El calendario islámico está basado en fases lunares y dura 355 días, a excepción de 11 años bisiestos comprendidos en periodos de 30 años, que duran 354 días. Por razones administrativas el calendario gregoriano es el de mayor difusión a nivel mundial. No obstante, existen calendarios alternativos diseñados en función de mediciones modernas, ajustados para obtener meses de la misma duración, así como fechas en constante sincronía con los días de la semana. Sin embargo parece lejana, por no decir imposible, la posibilidad de que el mundo adopte, al menos en el corto plazo, un nuevo y mejor esquema de medición del año solar. Milenios de observación astronómica nos han brindado grados de certeza incuestionable. En la búsqueda de la más precisa exactitud, una tradición de apenas unos siglos continúa siendo capaz de eclipsar lo categórico.
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ENTREVISTA CON JOHN UPDIKE: JUNIO DE 2007.

por Eduardo Lago.

Diario El País, 29/06/2007


El novelista norteamericano John Updike (Shillington, Pensilvania, 1932) es un gigante en un país en el que no faltan gigantes literarios. Algunos de ellos son J. D. Salinger, Norman Mailer, Philip Roth, Toni Morrison, Gore Vidal o Joyce Carol Oates. Sólo esta última podría jactarse de ser tan prolífica como él. Por lo que a versatilidad se refiere, John Updike no le va a la zaga a ninguno. Afincado en Nueva Inglaterra, territorio sagrado de la tradición de los escritores no judíos de las letras norteamericanas, el perfil de John Updike como escritor reúne todas las características desaconsejadas por la Biblia del multiculturalismo: Es blanco, varón, heterosexual, anglosajón y protestante. Ello no ha impedido que se haya hecho acreedor a un respeto casi universal. Una novelista tan exigente y tan alejada de su estética como Margaret Atwood, decana de las letras canadienses, ha dicho de él: "Ningún escritor norteamericano ha escrito tantas obras de tanta calidad durante tanto tiempo".

Updike ha recibido más galardones de los que puede recordar, incluida la concesión en dos ocasiones distintas del Pulitzer en la categoría de ficción, proeza lograda tan sólo por otros dos escritores a lo largo de la historia del premio, uno de ellos, William Faulkner.

Autor de más de medio centenar de libros, su fértil imaginación lo ha llevado a explorar todos los géneros: teatro, poesía, cuento, novela, ensayo, autobiografía, obras para niños, casi ningún tema le es ajeno. Cuando publicó un libro sobre golf, un crítico aseveró: "Se puede escribir sobre deportes como el baloncesto o el béisbol y hacer que resulte entretenido, pero escribir sobre golf y conseguir que el lector se apasione, es algo que sólo está al alcance de John Updike".

Capaz de colocarse máscaras muy distintas y sentirse cómodo detrás de todas ellas, John Updike es, por encima de todo, un narrador formidable.
Autor de infinidad de cuentos y de 22 novelas, el conjunto de su obra de ficción constituye la mejor y más completa radiografía de la clase media de Estados Unidos, su país. Nadie ha sometido a examen con tanto rigor la fibra medular de la democracia norteamericana.
En sus narraciones, Updike registra las frustraciones, pasiones y ansiedades de los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir en la lucha del día a día, dando forma a frisos corales que logran rescatar de lo más hondo de unas existencias en apariencia anodinas, atisbos de grandeza, el fondo anhelante que da sentido a la vida. Su obra capital es una saga de cuatro novelas que giran en torno al inolvidable Harry, Conejo, Angstrom. Publicadas a intervalos de 10 años, en ellas, Updike sigue la trayectoria vital del protagonista, a la vez que efectúa una reveladora disección de lo que ha sido Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX.
Reunidas en 2003 como una sola obra de 1.500 páginas de extensión, para muchos, la saga protagonizada por Harry Angstrom es "la gran novela norteamericana" de nuestro tiempo. Pero la obra de Updike abarca muchos otros registros e incluye muchos títulos de gran calidad, como El Centauro (1963), Parejas (1968), Las brujas de Eastwick (1984), Memorias de la Administración Ford (1992), La belleza de los lirios (1996), Hacia el final del tiempo (1997) o Busca mi rostro (2002). Imposible enumerar todas las entregas de la formidable comedia humana que es la obra narrativa de John Updike, cuyo éxito radica en la honestidad de su visión artística, en la belleza y precisión de su prosa, en la sagacidad impregnada de compasión con que sabe retratar las pasiones y sentimientos más profundos del común de los mortales.

John Updike es un campeón del realismo en el sentido más clásico del término, pero temáticamente siempre ha sido atrevido. Su audaz tratamiento del sexo, su lúcida investigación del sustrato religioso subyacente a la visión cultural de su país, la mirada crítica que dirige hacia la sociedad estadounidense, han roto moldes. A los 75 años, sigue siendo fiel a esta visión. Se publica ahora en España Terrorista (Tusquets), una obra ágil y arriesgada que ha sido recibida con polémica entre sus compatriotas. En ella, Updike invita a los lectores a adentrarse en la psicología de un musulmán de 18 años, nacido y educado en Estados Unidos, cuya repugnancia hacia los valores de Occidente le lleva a creer que su misión es inmolarse en un atentado terrorista.

Los habitantes de Londres y Madrid saben bien qué significa que el germen de un odio y un terror erróneamente arraigados en un sentimiento de índole religiosa anide en los tejidos mismos de la sociedad civil, pero en Estados Unidos, donde la mayor parte de la población no ha salido aún del estupor que provocaron los atentados contra el Pentágono y las torres del World Trade Center en septiembre de 2001, la nueva propuesta novelística del autor de La belleza de los lirios ha causado conmoción. No todos los lectores estaban preparados para que alguien que tan bien ha sabido reflejar sus inquietudes más íntimas, los obligara a confrontar de manera tan directa la posibilidad de que el terror se haya instalado en el centro mismo de su existencia.

¿Qué siente John Updike cuando está delante de las estanterías que albergan el más de medio centenar de títulos que ha publicado a lo largo de su vida?

Los primeros años, cuando sólo había seis o siete libros, me llenaba de satisfacción contemplarlos. Ahora es distinto. A veces pienso que quizá debiera haber escrito menos y entonces no puedo evitar sentir cierta repugnancia, como si fuera un elefante delante de una montaña de excremento.

Hábleme de su casa, de los lugares donde ha vivido, de su vida cotidiana.

Nací en un pueblecito de Pensilvania, donde transcurrió la primera parte de mi vida, hasta que fui a la Universidad de Harvard, en Nueva Inglaterra. Más adelante pasé una temporada en Londres, estudiando arte, y luego viví unos años en Nueva York. Mis primeras tres o cuatro novelas las escribí en Pensilvania, pero hay algo en Nueva Inglaterra que me sedujo desde la primera vez que puse un pie aquí: las pequeñas poblaciones, la gente, el paisaje, las ciénagas, el aire impregnado de salitre, el ambiente cargado de misterio... Desde hace 25 años vivo en las afueras de Beverly, una población costera del Estado de Massachusetts.

Me encanta Nueva Inglaterra, soy muy feliz aquí, es un buen lugar para un escritor. La nómina de autores ilustres que han vivido en esta zona es muy extensa. Melville, Hawthorne y Emerson son algunos de ellos. Vivo con mi segunda esposa, Martha, en una casa de madera pintada de blanco, con unas vistas espléndidas del Atlántico. Trabajo en un ala de la casa, un conjunto de cuatro habitaciones que en tiempos fueron los cuartos de la servidumbre. Martha y yo no dejamos de decir que la casa es excesivamente grande para dos personas, pero la idea de una mudanza nos aterra, por los libros sobre todo. Llevo una vida muy sencilla, con un horario muy rígido que he mantenido siempre: me levanto muy temprano y me encierro a escribir hasta la hora del almuerzo. Desde el principio de mi carrera he procurado vivir de la escritura. Jamás he ejercido ningún otro oficio, ni siquiera la enseñanza, como hacen tantos escritores. Así que no tengo ninguna excusa, estoy condenado a escribir.

En medio de la soledad del proceso creativo, ¿hay momentos en los que su ficción se abre al lado más oscuro de las cosas?

Ciertamente, algunas de mis narraciones se adentran en el lado oscuro de la existencia. Son incursiones en las tinieblas que se ciernen sobre la isla de luz que es la vida, pero cuando estoy entregado en cuerpo y alma al acto de escribir, aunque el asunto sea trágico, siento un placer físico. Cuando estoy en pleno acto creativo y voy encontrando una a una las palabras que expresan lo que deseo decir, se apodera de mí una suerte de éxtasis.

A lo largo de medio siglo de dedicación a la literatura profesional nunca ha tenido agente y siempre ha mantenido una fidelidad absoluta a su editorial, a la revista 'The New Yorker' y a la persona que revisa sus manuscritos antes de su publicación.

No tengo nada contra los agentes literarios, conozco a muchos que son excelentes personas y buenos profesionales. Cuando empecé no era necesario tener agente, hoy la cosa ha cambiado bastante, pero sobre todo no me gusta que nadie interfiera con la intimidad del proceso creativo.

No quiero que nadie opine desde fuera acerca de la dirección que debe seguir mi obra. Las lealtades de las que usted habla se forjaron al principio mismo de mi carrera. Lo primero que publiqué en mi vida apareció en la revista The New Yorker. Tenía 22 años y desde entonces nunca he dejado de colaborar con ellos. Mi primer libro fue una colección de poesía. Lo saqué en Harper porque era la editorial de muchos colaboradores de The New Yorker, pero mi siguiente libro, una novela, se lo ofrecí a Alfred A. Knopf, y desde entonces no he publicado nada con ninguna otra editorial. Una cosa que me gustaba era lo bien que hacían los libros. Tenían belleza visual. Me gustaba mucho la manera de ser de Alfred. Era un editor a la antigua usanza, mucho mayor que yo, pero me encantaba. Tenía garra, chispa, y se preocupaba mucho por sus autores.

¿Cómo es la dinámica de trabajo entre usted y su editora? ¿Interviene mucho en sus manuscritos?

Judith lleva editando mis libros desde que publiqué mi segunda novela, Corre, Conejo, en 1960. Es una mujer de inteligencia muy rápida. No consulto gran cosa con ella hasta tener la novela bastante acabada. Entonces lee el manuscrito, y si tiene cosas que decir, las consulta conmigo, y si me parecen válidas, las incorporo. No suele poner muchas pegas, básicamente me apoya y me alienta, cosa que yo necesito.

¿A qué se debe la aureola de leyenda que envuelve a 'The New Yorker'? ¿Qué tiene de especial?

No hay una revista igual. Hay muchas clases de revistas literarias, pero The New Yorker está por encima de todas. Se fundó en 1925 y empezó como una publicación humorística. En la década de los veinte se concedía más importancia que ahora al ingenio y al humor, conviene no perder de vista eso. Cuando yo empecé a leer The New Yorker tenía solo 11 años. Me encantaban las caricaturas y los chistes gráficos y soñaba con colaborar como dibujante algún día. Cuando andando el tiempo renuncié a mis aspiraciones como dibujante y decidí dedicarme a la escritura, mi modelo era James Thurber, un humorista. Irónicamente, lo primero que publiqué en The New Yorker fue un poema. Tenía 22 años y recuerdo aquel día como uno de los más felices de mi vida, casi tanto como cuando nació mi primer hijo. Me pareció que se me había dado permiso para entrar en el paraíso terrenal de la letra impresa. La grandeza de The New Yorker estribaba en el espíritu que animaba la revista: una mezcla de limpieza, modestia, buen gusto, inteligencia e inocencia...

Usted ha escrito de todo: cuento, novela, poesía, ensayo, autobiografía, libros para niños, incluso una obra de teatro. ¿Qué le ha llevado a ser tan polifacético?

No hay nada comparable a la sensación de tener dentro un poema que puja por salir, cosa que no pasa siempre, por supuesto. He publicado seis o siete volúmenes de poesía, pero no tengo grandes pretensiones como poeta. Con los cuentos es distinto, un cuento es algo rápido e intenso, como tomar una instantánea de la realidad. Desde el punto de vista creativo, el relato no exige tanta inventiva como la novela, no implica la creación de un mundo completo.

La crítica y el ensayo son un aspecto muy importante de mi actividad como escritor. Empecé hace muchos años, y entre otras cosas, es una manera de mantener viva mi presencia en The New Yorker. Es un ejercicio saludable, me obliga a leer libros que de otro modo no leería, y me mantiene en forma como lector.

¿Qué escritores le interesan?

Los de mi generación sobre todo. Por supuesto, leo todo tipo de escritores, algunos mucho más jóvenes que yo, pero me siento parte de una generación, aunque podamos ser muy distintos. Creo que el hecho de haber venido al mundo más o menos a la vez nos confiere una cierta unidad de visión. Siempre he estado condenado a competir con Philip Roth. Los dos tenemos una obra muy amplia y empezamos a publicar muy pronto. Es una presencia muy poderosa en las letras norteamericanas. Aunque es algo más joven que nosotros, Don DeLillo me parece un novelista admirable. Su obra tiene una perspectiva política de la que yo carezco. Entre los maestros del relato breve, el más grande para mí es John Cheever. Fue un poco mi padre literario y le echo terriblemente de menos. Era un hombre atormentado, con un humor muy ácido y una agilidad mental extraordinaria. Entre las escritoras destacaría a Anne Tyler, excelente novelista, sólida, muy sutil, con una obra extensa.

¿Cómo definiría su estilo?

Cuando empecé a escribir me influyó el nouveau roman. Por eso mi primera novela, que publiqué a los 27 años, era bastante experimental, pero mi estilo, por el que mis lectores me reconocen, es esencialmente realista. Aunque en algunas novelas me he apartado de mi modo de hacer fundamental, siempre vuelvo a mis raíces e intento darle al lector un pedazo de la realidad. Creo que fue Nathalie Sarraute quien dijo que el sustrato que hace que todo se mueva es la realidad.

La realidad está en la base de nuestros deseos, de nuestros pensamientos, de nuestros recuerdos, y los novelistas no somos sino comentaristas de la realidad. Decimos lo que en ella hay de maravilloso o de terrible o de misterioso. En ningún lugar me siento más cómodo que instalado en la realidad, cerca de la gente normal. Es de ellos acerca de quienes escribo, acerca de la clase media, ni los más ricos y privilegiados, ni los más pobres, sino el ciudadano medio, los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir día a día en la lucha diaria que es la vida cotidiana
.

Su última novela ha causado cierto estupor entre sus lectores porque en ella ha decidido dar vida a un terrorista nacido y educado en los Estados Unidos, y quizá el lector norteamericano no estuviera preparado para recibir algo así, al menos de alguien como usted.

No es ninguna novedad decir que los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron de manera indeleble a la sociedad norteamericana. Por una coincidencia portentosa del destino, yo fui testigo presencial de aquella tragedia. Aquella mañana me encontraba en Brooklyn con mi mujer, y desde el otro lado del río pudimos ver lo que pasó con total claridad. Contemplamos atónitos cómo el segundo avión se empotraba contra una de las Torres Gemelas, y las vimos envueltas en llamas, exhalando una nube de humo que cubría todo el cielo de Manhattan, antes de desplomarse. Éramos perfectamente conscientes de que miles de hombres y mujeres acababan de perder la vida delante de nosotros. No puedo decirle qué sentí. No era capaz de dar crédito a lo que veían mis ojos. Escribí acerca de lo ocurrido en un artículo que se publicó en The New Yorker una semana después.

Para Estados Unidos aquello fue una conmoción indescriptible porque era la primera vez que nos ocurría algo semejante en nuestro propio terreno. Hasta entonces las cosas habían ocurrido muy lejos, en otros continentes. De niño, yo seguí los acontecimientos de la II Guerra Mundial, y la tragedia que presencié en directo me hizo pensar en el bombardeo que padeció Londres. Yo vi cómo bombardeaban Nueva York. Para mí, como novelista, haber sido testigo presencial del atentado fue un revulsivo. Tenía que dar alguna respuesta, y tardé casi seis años en hacerlo. Y es así como creé al personaje de Ahmed, que es un terrorista que busca suicidarse porque cree que es lo que le obliga a hacer su fe. Pero lo más importante es que Ahmed es norteamericano, es un chico nacido aquí, en nuestro suelo, en un barrio marginal de una ciudad norteamericana, una ciudad de Nueva Jersey, oprimida, como lo son muchas ciudades norteamericanas. Sentí que mi obligación como escritor era meterme dentro de su piel y ver el mundo y lo que él creía que era su misión a través de sus ojos.

Usted es demócrata de toda la vida. ¿Qué visión tiene de las cosas en estos momentos? ¿Es pesimista?

Irak se ha convertido en una pesadilla, pero era muy difícil suponer que las cosas hubieran podido transcurrir de otra manera. Obviamente, la Administración de Bush no esperaba que las cosas fueran a acabar así. Estaban convencidos de que habría menos resistencia, de que el pueblo iraquí iba a estarles muy agradecido por haberlos liberado de la tiranía de Sadam Husein. Yo no voté por George Bush, pero he hecho un esfuerzo consciente por tratar de ver las cosas desde su punto de vista. Lo que no se puede negar es que Irak es una herida abierta que no cesa de sangrar, y lo que está pasando allí lo hemos causado nosotros, y personalmente, no me parecería muy responsable irse de la zona como quien no quiere la cosa. Es un problema nuestro y lo tenemos que intentar arreglar nosotros, y me gustaría mucho ver un Gobierno demócrata instalado en la Casa Blanca, para ver cómo afronta la situación.

¿Cómo ve usted las elecciones? ¿A quién cree que elegirán los demócratas como candidato?

Es muy difícil saberlo. Estamos viviendo una situación única, que no se ha dado jamás en la historia: un candidato negro y una mujer. Lo que está por ver es si Estados Unidos está preparado para un cambio de semejante calibre. Con respecto a Obama, lo que va a suceder, y eso es algo muy característico de nuestro panorama electoral, es que lo van a someter a un escrutinio del que francamente creo que es muy difícil que salga indemne; aquí se examina despiadadamente el más mínimo aspecto del pasado de los candidatos. El escrutinio ya ha empezado, con cosas como si Obama asistió hace mucho tiempo a una escuela islámica y lo que puede significar algo así. A medida que transcurra el tiempo, el acoso que supone un escrutinio tan despiadado puede llegar a hacerse insostenible. En estos momentos, en las previsiones va por delante Hillary Clinton. Una mujer. A muchos demócratas y a grandes sectores del electorado les gusta el programa de Hillary Clinton. Es decir, les gustan las cosas que dice, pero no estoy tan seguro de que les guste cómo las dice. Con todos mis respetos hacia la dama, no tiene una personalidad precisamente agradable. Ahora bien, ¿por qué razón, si se da el caso de que el candidato a la presidencia de un país es mujer, ésta tiene mayor obligación de caer bien, de ser simpática, de tener una personalidad obligatoriamente agradable? No estoy seguro de que Golda Meir o Margaret Thatcher destacaran precisamente por tener una personalidad agradable. Puede que ahí esté el fondo de la cuestión. No estoy seguro de que los demócratas estén preparados para nominar a una mujer como candidata a la presidencia de Estados Unidos.

¿Podemos abordar la cuestión del patriotismo norteamericano? A lo largo de toda su obra, y en 'Terrorista' sigue siendo así, usted parece oscilar entre el elogio y la crítica a su país.

Sé que no está de moda decir una cosa así, pero soy proamericano. Creo en Estados Unidos, me considero afortunado por ser ciudadano de este país. Me crié en un ambiente en el que el patriotismo era un sentimiento inocente. Históricamente, Estados Unidos fue un país pionero de la fe en la democracia, y seguimos siéndolo. Para nosotros no hay valor civil más alto ni causa más noble que la soberanía del pueblo. Nada puede sustituir una cosa así.

Eso no quiere decir que no hayamos cometido y sigamos cometiendo errores. En mis novelas siempre he sido crítico con muchos aspectos de esta sociedad. En Terrorista alerto de graves errores en los que hemos permitido que incurran nuestros jóvenes. Eso es algo que ya hice en otras novelas, como Corre, Conejo, y ahora he vuelto sobre ello, sólo que en este momento se dan circunstancias que no se habían dado antes, históricamente. Sigo siendo crítico con el carácter y la sociedad norteamericanos. Me gustan cosas de nuestro carácter, como que somos abiertos y tenemos una voluntad permanente de aprender, pero tenemos muchos problemas. Somos una sociedad que se ahoga literalmente en basura, comida basura y la cultura basura de la industria del entretenimiento.

La última novela de John Updike, 'Terrorista', traducida al español por Jaume Bonfill y publicada por la editorial Tusquets, ya está a la venta.



SREBRENICA: MEMORIAL DE LAS SOMBRAS.



“Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido

al menos un poco de su vida”

Ryszard Kapuscinsky




“The first Casualty when war comes is truth”

Hiram Johnson, senador estadounidense.




Cementerio de Potocari. Quizá la tristeza y su posteridad paulatinamente usufructúan las rutas del corazón humano, ironizando fríamente, impostergablemente con los sueños. Los pasos tímidamente a traspiés entre el húmedo sendero de tierra inmaculada con la sangre de las víctimas de la sinrazón y la venganza van tras el vaho de nuestras almas que penetran la inocua majestuosidad del frío atardecer donde todo tiempo es finito. Todo con un principio y un final.

Escribo tratando de postergar lo impostergable, pensando en lo que dijo Dylan Thomas: “Después de la primera muerte, ya no hay más”. Busco unir en vano cadenas de deseos, fructíferos anhelos convertidos en sutiles sueños, en besos, abrazos que jamás podremos dar.

Escucho un Alá Akbar –Dios es grande- en labios de una madre e intuyo los días demenciales, amargos, la solitaria fatiga de los designios olvidados. Me canso de ser lo que no fui.




Descubrir el Memorial de Potocari y el cementerio en que descansan los restos de 8.372 bosnios musulmanes, asesinados por paramilitares serbo-bosnios y voluntarios griegos en los alrededores de la ciudad de Srebrenica (Ciudad de Plata en serbocroata, enclavada en la región montañosa de Vlasenica cuya principal fuente de ingresos son las minas de sal y el balneario de Crni Guber), hace imposible no constatar lo que el dictador ruso Josef Stalin dijo: “Una muerte es una tragedia, un millón de muertes es estadística”, y lo que la hipócrita política europea y estadounidense permitió mirando hacia otra parte.

Los anónimos muertos y sus anónimos asesinos se convierten en su propio contexto. El horror se convierte en algo absurdo. Huso Guster es sobreviviente del genocidio; huyó por las montañas con su hija y esposa cuando los paramilitares estaban a punto de tomar el pueblo. Ellas murieron en el camino bajo los disparos de los francotiradores. Huso Guster se exilió durante una época en Estados Unidos y actualmente vive en Sarajevo. Mientras sus compañeros –en su mayoría mujeres, viudas, esposas, madres de aquellos que están enterrados en el cementerio- comienzan las oraciones por sus muertos pienso que su caso se podría enmarcar bajo otros nombres, otros pueblos: el genocidio de iraquíes, indígenas mayas de Chiapas, palestinos, kosovares, chechenos, etc. Los sobrevivientes se buscan unos a otros, formando familias primitivas, acurrucándose en casas y en refugios improvisados en escuelas abandonadas, buscando seguridad y consuelo en unidades familiares precipitadamente creadas, caminando en interminables filas indias huyendo de una muerte segura bajo la lluvia, el frío, el polvo del camino inacabable.

Lo que más le duele a Huso y muchos de los suyos es lo incomprensible de la actitud mental basada en “no pensar, solo hacer” de los cooperantes de los organismos humanitarios internacionales; en particular, la actitud de las fuerzas holandesas de la ONU, que los abandonaron a su suerte ante sus enemigos. Para él son mercenarios programados para salvar algunas vidas, pero cuando se acaban los contratos, o cuando la cosa se pone demasiado peligrosa, se van, sabiendo que tal vez la gente que han salvado al final será aniquilada.

Para él, la ayuda humanitaria no es más que una cortina de humo cuyo fin es ocultar los errores políticos que los organismos internacionales cometen con su inacción, y los estados lo aprovechan para ocultarse detrás de ella, utilizándola como vehículo de acción política; entonces pueden ser considerados como partes activas del conflicto. Sus palabras son el reflejo puro y duro de una triste realidad: los organismos internacionales han cometido graves errores –como los de Ruanda, la antigua Yugoslavia, Irak, Somalia, entre otros-, que al intentar paliarlos a largo plazo crean un problema mayor, porque han conseguido que el genocidio ya no parezca un crimen muy grave por el que los criminales deban ser perseguidos y juzgados.





Participo en silencio de las oraciones fúnebres de los sobrevivientes de Srebrenica y en el fondo no dejo de pensar en las palabras de Nelson Mandela que resumen, para mí, el principio del mal del que germina el odio y la desesperanza usada por los políticos corruptos de todo el mundo para disfrazar de “nacionalismo y seguridad nacional” los crímenes de lesa humanidad que día a día consumen el derecho a vivir de miles de personas en todo el planeta y que, a su vez, es un grito de justicia y esperanza: “En este nuevo siglo, millones de personas viven encarceladas, esclavizadas y encadenadas en los países más pobres del mundo. Están presas en la cárcel de la pobreza. Es hora de liberarlas”.

Dos poemas de Hazell Yen...

Profecías

Venían las muertes arrullando a la sangre
por las esquinas del crepúsculo
montaban oscuros corceles roídos de bubones.

Una a una fueron desatadas por la luz;
cada molécula lavada con sufrimiento.

Todo se disipo y en el alma
canto la esperanza,
se incubo la mañana entre arpas.

Volvieron a nacer las gargantas
que mueven ciclos y altares,
cifras, ritmos de corazones.

II

Ha caído de nuevo el crepúsculo.
Los corceles se arrastrarán entre burdeles colmados
de humanidades que intentan escapar
de los cuerpos.

Entre sus vapores
ruge el corazón de la ultima muerte.
Engulle sermones,
en púlpitos y oratorios.


Naufraga por arterias y conexiones;
Tragando la voluntad
de pequeños hombres.

Cuando emerja de su abismo
profetas le regalaran astros,
viejas brujas
se reunirán para bañarle
en pozos hambre.

Crecerá e ira a las profundidades
a derretir ángeles.
Hará llover ceniza sobre
las edades de nuestros cuerpos.

Bella muerte;
que naciste de un secreto
amor de la vida con la carne;

¡ven a lavar con lagrimas de aurora,
el cieno de esta humanidad!



Club

Es un circo de reminiscencias,
jungla de cuerpos mojados de luz,
en medio de su metamorfosis etílica.

Sopor y arritmias;
músculos sazonados
con canciones,
echas por prófugos de la vida.

Música sin alma,
devorando carne
estremecida.

Desfallecen las entrañas,
entre piruetas de matemáticas piernas.

Y por los hemisferios del Soho
se desbarata la noche,
en algún rincón del alba.


Hazell Yen es miembro de la Red de escritores independientes de Durango.Comenzó en las actividades literarias desde la edad de siete años. Ha obtenido diversos diplomas y reconocimientos y por asistir a cursos, talleres y seminarios de literatura.
Autora de tres poemarios inéditos:

- Recuerdos de infancia
- Anatomía del dolor
- Músicas de polietileno

Ha colaborado en revistas electrónicas e impresas, nacionales e internacionales, así como en conocidos diarios locales. Su obra inédita es un recuento de poemas escritos desde la infancia que abarcan diversas etapas y temáticas.

Kinky Boots (Pisando Fuerte)...de Julian Jarrold (2005)

Una película de esas que resultan inolvidables, realmente te la recomendamos, no te la puedes perder...





Tras la repentina muerte de su padre, Charlie Price (Joel Edgerton) tiene que hacerse cargo del negocio familiar: una fábrica de zapatos de toda la vida en Northampton, "Price and Sons". Charlie descubre enseguida que el negocio no marcha bien, y que sin nuevos pedidos irán a la bancarrota. Con unos empleados escépticos respecto a su capacidad como jefe, Charlie se marcha a Londres en busca de soluciones. Tras un encuentro casual descubre un cabaret de travestis liderado por Lola (Chiwetel Ejiofor), cuyo mundo gira en torno a una moda muy peculiar en la que resaltan las botas altas de plataforma. Charlie empieza a descubrir un nicho por explotar en el mercado del calzado


Por primera vez en la historia un presidente de raza negra gobernará a los Estados Unidos de Norteamérica.
Muchos creerían que por fin se ha roto el paradigma.
Que por fin habrá un cambio y que los Estados Unidos tomarán un rumbo que reivindique las causas que históricamente han ignorado.
La justicia, pero no solo entre los suyos, sino para todos y en todo el mundo. La paz, pero no solo en su casa, sino en todas las casas del mundo. Alimento, ropa, escuela, salud, igualdad de oportunidades, no solo en su casa, si no en la de todos, en todo el mundo.
Libertad, pero no solo para los suyos, si no para todos, en todo el mundo.

Muchos sentirán esperanza, creyendo que por fin todos los inmigrantes que fueron históricamente rechazados en aquél país, condenados a la marginación, tan solo por su raza, por el color de su piel, por no hablar el mismo idioma o por sus diferentes costumbres y creencias religiosas, tendrán por fin un lugar, un espacio de igualdad, libertad, respeto. Que por fin, los soldados regresarán a sus hogares y las bombas serán embodegadas y la guerra se replegara de nuevo hacia sus lúgubres cuarteles, esperando otros tiempos de desaliento, que con suerte ya no volverán, por que el mundo esta cambiando.

Muchos creerán con fe ciega, que el mundo ya no será igual. Que los judíos serán obligados al concilio con sus semejantes del pueblo árabe y que el nuevo gobernante negro de los Estados Unidos de América, los hará entrar en razón, les hará entender que no son el pueblo elegido de Dios, sino solo un pueblo más, que no debe cejar en sus aspiraciones de tener una nación, una patria que le de cobijo, por que este es un derecho de todos los pueblos, pero que tiene también que conceder ese mismo trato a las otras naciones, pues de todo derecho emanan una serie de obligaciones, que debemos observar y cumplir para garantizar nuestros derechos.
Muchos pensarán que el nuevo presidente norteamericano, será más sensible ante la convulsa realidad del mundo y buscará resarcir el daño que a los derechos humanos han causado las políticas que su país desarrollo en el pasado; que buscara apoyar el crecimiento de las economías emergentes y refundará las políticas económicas de su poderosa nación, dirigiendo sus esfuerzos a apoyar el desarrollo y la evolución de naciones que viven sumidas en el atraso económico y tecnológico, en las que millones de seres humanos mueren de hambre o de enfermedades que en los países del primer mundo son curables, que fomentará la educación y el acceso a la cultura de todos los pueblos y apostará al humanitarismo; que implementará políticas para proteger el medio ambiente y hará cuanto le sea posible para abatir el narcotráfico, el tráfico de armas y de seres humanos.

Muchos tienen la esperanza de que Barak Obama cambiará la historia no solo del pueblo norteamericano, si no del mundo.
Yo creo que un hombre no puede ser valorado por el color de su piel, ni por pertenecer a una raza distinta a la que goza de la hegemonía en su país o por descender de gente que practica otras costumbres y otra religión, pues esto no lo hace mas sensible, ni mas capaz.
Yo creo que Barak Obama es un hombre negro, que siempre ha vivido en un mundo de blancos, que aprendió a pensar como ellos, a vivir como ellos y entre ellos, que ha sido ya en el pasado su representante político y que ahora desde un cargo más alto por supuesto, lo seguirá siendo.

Yo creo que el principal desafío que enfrenta Obama y que además debe tener muy claro, dado que asumió el reto de competir por la presidencia de los Estados Unidos; es mas allá de meter a Israel al redil o de ser el caudillo de las causas perdidas o el llanero justiciero de la humanidad, resolver el dilema en que se encuentra la economía estadounidense y devolverle su hegemonía mundial, sin importar los costos que para ello deban pagarse. Incluso permitirle a su parasito favorito –el estado de Israel- que vaya por ahí masacrando pueblos enteros en pos de su derecho a la supremacía divina que les confirió algún día, algún dios.

Después de todo, no pueden evitarlo, los judíos de Israel solo siguen su ejemplo.

Yo solo creo que Barak Obama será el primer presidente negro que gobernará para los blancos, en la historia de los Estados Unidos.

Albedo 0.39

Tomado del latín albus (blanco), el albedo se entiende como la capacidad reflectiva de los cuerpos a la radiación solar, en todas sus longitudes de onda, y se cuantifica de acuerdo a la relación entre la cantidad de radiación reflejada por los cuerpos con respecto a la que incide sobre su superficie. De tal modo, un cuerpo idealmente blanco tendría un albedo igual a 1 (100%), mientras que el de uno idealmente negro sería 0 (%). Paradójicamente (aunque no erróneamente), al sol se le considera como un cuerpo negro, mientras que la Tierra ocupa un punto intermedio entre rangos determinados de acuerdo a distintas variables en su composición, como las extensiones continentales, porcentajes de suelos secos o mojados, arenosos o verdes, de vegetación corta o alta, extensiones mundiales de campos de sembradío, bosques de diversos tipos, extensiones acuosas y el ángulo de incidencia de éstos con respecto al cenit en las distintas estaciones del año, zonas nevadas, glaciares, nubes gruesas o delgadas, los niveles de gases de invernadero, etc. La sumatoria promedio del albedo de cada uno de estos elementos de la superficie terrestre (además de su atmósfera) a lo largo del año arroja como resultado un albedo de 0.3 a 0.4. Esto significa que el albedo global no es una constante, sino por el contrario ha sufrido variaciones naturales de acuerdo a la historia geológica, y más recientemente por efecto de la actividad humana.

Aunque se trate de un concepto físico, bien podríamos tomar el albedo como base para reflexionar sobre la capacidad reflectiva de otros aspectos de tipo intangible bajo una óptica estrictamente metafórica. Consideremos, por ejemplo, que en vez de la cantidad total de radiación estamos partiendo de la cantidad de información acumulada de la que disponemos (o la suma del conocimiento histórico), y que la superficie física sobre la cual ésta incide no es otra que el género humano. La estimación, entonces, consistiría en determinar qué tanta de esa información es reflejada por nosotros a manera de evolución del razonamientos en ideas elaboradas, y qué tanto se queda en la opacidad como acerbo estacionario.

En un mundo como el actual, en el que basta hacer un clic para obtener toda clase de información (Google registra actualmente 31,000 millones de búsquedas al mes), es imprescindible cuestionarnos los efectos de esta escalada. Sólo la cantidad de nueva información generada en 2008 (equivalente a 4 exabytes, o 4 bytes seguido de 19 ceros) supera la acumulada en los últimos 5 mil años, y se estima que, en lo referente a ciencia y tecnología, la cantidad se duplicará cada dos años. A la par del crecimiento exponencial de la información, los retos y problemas que de ésta se derivan aumentan, al igual que el grado de responsabilidad en los fines para los cuales habrá de destinarse su uso. Y por ello la necesidad de formular un balance objetivo con respecto a la incidencia de la información sobre el desarrollo humano e intelectual de nuestras sociedades.

Podríamos suponer prematuro el establecimiento de un diagnóstico de la situación, tomando en cuenta que este tipo de escalada —en que la información se genera más rápidamente que nunca— apenas ha comenzado en términos de la historia moderna. No obstante, si tomamos la revolución industrial como punto de partida respecto a los retos que actualmente afrontamos en materia de salud, social, educativa, económica y ambiental, resulta imperativo cuestionar si estaremos preparados para reconocer y atender oportunamente los futuros desafíos que resulten del actual ritmo de desarrollo.

Ante la imposibilidad de predecir las particularidades de muchos de estos retos por venir (dado que la información referente a ellos no se ha generado aún), los programas académicos actuales no brindan garantías sobre problemas específicos futuros. El grado de preparación entonces se vuelve relativo a la creatividad con la cual haremos uso de la información disponible para hacer frente a tales eventualidades, lo cual conduce a una pregunta elemental: ¿Serán las generaciones venideras lo suficientemente creativas en la aplicación inteligente de la suma de sus conocimientos?

Modelos educativos que privilegian la memorización por encima del desarrollo de habilidades del pensamiento contribuyen primordialmente a censurar los errores antes que estimular la creatividad para sobreponerse a ellos mediante un razonamiento de tipo innovador, de tal modo que el índice creciente de conocimientos adquiridos corre el riesgo de volverse, según el caso, inversamente proporcional a la creatividad con que se emplean. La subestimación del desarrollo de las capacidades creativas de los individuos representa la coronación de un método educativo diseñado en función de las capacidades productivas, adecuado quizá para satisfacer las necesidades de un mundo en pleno proceso de industrialización, como lo fue el siglo XX. El mundo presente, sin embargo, afrontará retos nuevos, específicos e inmediatos, y la complejidad en las variables de éstos se acrecentará a la par de la información que continúe generándose de manera exponencial.

La creatividad como herramienta en la búsqueda de soluciones a problemas determinados juega entonces un papel destacado, y dado que ésta no se memoriza, sino se estimula, parece razonable reconsiderar las jerarquías impuestas a las distintas áreas del conocimiento humano, donde las disciplinas estéticas juegan un rol secundario en la valorización del potencial de los individuos, lo cual arroja dos serias consecuencias: una formación humana no integral, y la degradación de aptitudes sensibles (creativas) como criterio de selección académica, profesional y laboral.

De cara a la interrogante sobre los retos futuros inmediatos de una sociedad globalizada, parece oportuno profundizar en el concepto común de inteligencia, y dar énfasis al desarrollo de las habilidades creativas como motor de desarrollo intelectual en el proceso formativo de los individuos, sea neurológico, académico, espiritual o humano. No será ésta quizá la panacea en la búsqueda de soluciones a venideros desafíos, no obstante se trata de un instrumento acorde a las necesidades, y más aún, complementario a la diversidad y dinamismo de los procesos nerviosos hasta ahora conocidos del pensamiento.

Si el albedo consiste en la capacidad reflexiva de los cuerpos a la radiación incidente sobre ellos, ¿qué tanta trascendencia reflejaremos nosotros, como sociedad o individuos, a partir de la suma del conocimiento histórico que nos precede?

ARTICULO DE OSVALDO BAYER...



Mientras en una parte del mundo se celebraban las fiestas, en otros lugares se mataban seres humanos. Así se despidió el año 2008, así llegó el 2009. Civilización, o no, y barbarie. Pan dulce y bombas. El cinismo no conoce fronteras. Se mata y ya está. Por seguridad. Por los derechos de unos sobre otros. Recibimos el Año Nuevo con cuatrocientos muertos debajo del colchón, cien de ellos niños. Y cerca de dos mil heridos. La Franja de Gaza. Pueblos que ya tendrían que ser sabios por sus experiencias trágicas encuentran coincidencia sólo en la muerte. Esa muerte para la que el ser humano trata de encontrar una definición, una explicación, es usada como emblema de lo que llamamos civilización. Ahora es ya mucho más fácil. Se mata al enemigo desde aviones y, mejor todavía, a él y a toda su familia. A su mujer y a sus ocho hijos. O con cohetes, desde el escondite. Esos jóvenes que arrojan bombas desde aviones o desde escondites no se dan cuenta de que matan, de que exterminan la vida de otro ser, por lo general inocente. Pero arrojan bombas por “patriotismo”. Los discursos de los políticos intervinientes nos dicen claramente de su omnipotencia. ¿Tienen acaso el poder delegado de matar, de hacer matar? ¿Se los vota para eso? ¿Y qué pasa con Naciones Unidas, para qué está? Ni siquiera esa organización mundial es capaz de detener una guerra. Ese tendría que ser su principal motivo de existencia. Y no una masa burocrática de encuentros superficiales y desencuentros que ocasionan la muerte.

La muerte de niños. Lo lanzaron al aire y al papel, los medios: el bombardeo israelí logró la muerte de uno de los dirigentes principales de Hamas y también de su mujer y sus ocho hijos. Buena puntería. ¿Pero cómo, es que vivimos en el tiempo de los dinosaurios? No, vivimos el siglo de la mente humana. Por eso el papa Ratzinger en su mensaje de Navidad nos ha enseñado a rezar, rezar, rezar. ¿Rezar a quién? ¿A un Dios que permite en la “Tierra Santa”, donde nació su hijo de una virgen, que se con crímenes tan atroces, como que se peleen pueblos desde hace siglos por razones religiosas, que en el fondo no son otra cosa que razones de poder y de dominio? Alá, Jehová y Cristo. Tierra Santa que mata a sus niños.

¿Con qué habrán soñado esos niños la última noche en que vivieron? ¿Con juguetes, con hadas, con ángeles que les arrojaban espejitos de colores desde el cielo? Es lo mismo, porque nosotros les arrojamos bombas y los destrozamos. Habría que rescatar los ojos de esos niños en el momento en que estallaron las bombas.

Sí, está bien, los hombres de Hamas lanzan cohetes a Israel. ¿Y por eso hay que bombardear ciudades abiertas allí donde viven madres que crían a sus hijos? Ciudades que ni siquiera tienen refugios antiaéreos. Eso es fácil. Pero criminal de la peor cobardía, a su vez.

Tiene razón Israel en combatir el terrorismo, pero no con métodos cien veces más traidores que el cohete individual. Igual, tal vez, en su perversión, pero increíblemente menor que hacerlo desde aviones, en uniforme oficial y por orden de los responsables. No, además, esos actos de mostrar poder traen las consecuencias más nefastas, originan los odios de siglos, los deseos de venganza infinitos, que quedan en la historia de los pueblos. La única búsqueda de solución es recurrir a Naciones Unidas para que envíe una organización preparada en esta clase de conflictos, que encuentre la paz y no la venganza. No se arreglan los problemas con la muerte. Y más para un pueblo con la experiencia del judío, un pueblo que, con su conocimiento histórico de persecuciones, tiene que haber aprendido para siempre hacia dónde lleva el odio. Porque los crímenes del Holocausto han quedado para siempre en la conciencia del pueblo alemán y tendrían que quedar también para siempre en el pueblo que fue víctima. Porque no hay ninguna diferencia para un niño entre morir en una cámara de gas y ser destrozado por una bomba arrojada desde aviones oficiales.

Sí, el pueblo alemán aprendió para siempre lo que es cometer un crimen de lesa humanidad. Pero seamos sinceros: aprendió pero no tanto. Hay otra forma de hacerse cómplice de otros crímenes. Por ejemplo esto: la fabricación y venta de armas. Leamos las cifras oficiales. La exportación de armas alemanas del año 2007 alcanzó a 8,7 mil millones de euros. Es decir que exportó un 13 por ciento más que el año anterior. Con esto, Alemania ocupa el tercer lugar en el mundo de exportadores de armas, con el 10 por ciento, mientras Estados Unidos ocupa el primer lugar, con el 31 por ciento, y Rusia, el segundo, con el 25 por ciento. Pero aquí no acaba la cosa. Alemania exporta armas a China, India, a los Emiratos Unidos de Arabia, a Grecia, a Corea del Sur y a un sinfín de otros países. Sí, a los Emiratos Unidos de Arabia. Pero, y aquí está el nudo de la cuestión: también a Israel, Afganistán, India, Nigeria, Pakistán y Tailandia. Muy buen negocio. Ahí no se hacen discriminaciones, el que paga bien, a ése se le vende. Es sabido que los europeos –en este caso Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia– atraen a sus clientes deseosos de armas con financiaciones “atractivas” y la promesa de transmitirles tecnología nueva.

Entonces aquí hay que decir la otra verdad. No alcanza con que los alemanes se hayan hecho una severa autocrítica sobre los crímenes del nazismo sino que la verdadera autocrítica tendría que ser nunca más a las armas, nunca más hacer negocios con la Muerte y menos con países que tienen problemas con países lindantes ni tampoco aquellos que tienen problemas internos. No se es honesto si por un lado criticamos las guerras y las represiones y por el otro vendemos armas a países donde tienen lugar esos crímenes contra la Vida.

Hace pocos días se hizo en los medios alemanes un desusado elogio al ex primer ministro Helmut Schmidt, que cumplió noventa años de edad. Justamente, el político que apoyó la venta de armas a la dictadura argentina del desaparecedor Jorge Rafael Videla. Y se defendió en el Congreso alemán diciendo que lo hacía para “asegurar la fuente de trabajo de los obreros alemanes”, un argumento fuera de toda base ética. Porque si es por eso, que el gobierno alemán disponga de una suma para darles trabajo a esos obreros y que éstos se dediquen a fabricar juguetes para los niños.

Más todavía, el gobierno alemán asegura con fianzas oficiales la financiación de los proyectos de venta de armas, para lo cual se utiliza dinero del pueblo cobrado mediante los impuestos. Hace poco quedó en claro un escándalo producido por la constatación de que las fuerzas de seguridad de Georgia poseían modernas armas alemanas, a pesar de que el gobierno alemán había rechazado el pedido de ese país de venderle armas, ya que Georgia se encontraba en estado de guerra con Rusia. Es decir que podemos constatar que, en el caso de hacer negocios, se pisotean los principios básicos de lo que tiene que ser la ética en las relaciones humanas.

Las armas, las guerras entre los seres humanos divididos por estúpidas fronteras, tienen que pasar a ser un tema fijo en la vida de todos los pueblos del mundo. No a las armas, sí a la vida.

Han muerto cien niños en el bombardeo israelí de Gaza. Ya esa cifra podría servir de leitmotiv contra todos los bombardeos de ciudades abiertas. Nunca más la muerte de niños como acción de guerra. Salir a la calle en la protesta. Denunciar a los políticos que dieron la orden y a los generales y soldados que la cumplieron.

Sería al primer peldaño hacia aquel Paraíso en la Tierra con que soñaba Kant: la paz eterna.


***Osvaldo Bayer nació en Santa Fé en 1927. Estudió Historia en la Universidad de Hamburgo de 1952 a 1956. De vuelta en la Argentina se dedicó al periodismo, a la investigación histórica y a guiones cinematográficos. Trabajó en los diarios Noticias Gráficas, en el patagónico Esquel y en Clarín, del cual fue secretario de redacción, y en diversas revistas. Fue secretario general del Sindicato de Prensa de 1959 a 1962. Por el libro La Patagonia Rebelde y el film del mismo nombre fue perseguido y tuvo que abandonar el país en 1975. Vivió en el exilio, en Berlín, hasta su regreso a Buenos Aires, en 1983. Actualmente colabora en Página/12. Ha publicado los siguientes libros: Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia(1970); La Patagonia Rebelde (Los vengadores de la Patagonia trágica, 1972-76 cuatro tomos); Los anarquistas expropiadores (1974); Radowitzky, ¿mártir o asesino? (1974); La Rosales, una tragedia argentina (1974); Exilio (1984, en colaboración con Juan Gelman). Fue el guionista de los films La Maffia (1972); La Patagonia Rebelde (1974); Todo es ausencia (1983); Cuarentena: exilio y regreso (1984); Juan, como si nada hubiera pasado (1986); La amiga (1989); Amor América (1989); Elizabeth (1990); El vindicador (1991) y Panteón Militar (1992); los últimos seis en coproducción con Alemania.***

ASUNCIÓN DE TI...por Mario Benedetti


Quién hubiera creído que se hallaba
sola en el aire, oculta,
tu mirada.

Quién hubiera creído esa terrible
ocasión de nacer puesta al alcance
de mi suerte y mis ojos,
y que tú y yo iríamos, despojados
de todo bien, de todo mal, de todo,
a aherrojarnos en el mismo silencio,
a inclinarnos sobre la misma fuente
para vernos y vernos
mutuamente espiados en el fondo,
temblando desde el agua,
descubriendo, pretendiendo alcanzar
quién eras tú detrás de esa cortina,
quién era yo detrás de mí.

Y todavía no hemos visto nada.

Espero que alguien venga, inexoable,
siempre temo y espero,
y acabe por nombrarnos en un signo,
por situarnos en alguna estación
por dejarnos allí, como dos gritos
de asombro.

Pero nunca será.

Tú no eres ésa,
yo no soy ése, ésos, los que fuimos
antes de ser nosotros.

Eras sí pero ahora
suenas un poco a mí.
Era sí pero ahora
vengo un poco a ti.

No demasiado, solamente un toque,
acaso un leve rasgo familiar,
pero que fuerce a todos a abarcarnos
a ti y a mí cuando nos piensen solos.

2

Hemos llegado al crepúsculo neutro
donde el día y la noche se funden y se igualan.
Nadie podrá olvidar este descanso.
Pasa sobre mis párpados el cielo fácil
a dejarme los ojos vacíos de ciudad.
No pienses ahora en el tiempo de agujas,
en el tiempo de pobres desesperaciones.

Ahora sólo existe el anhelo desnudo,
el sol que se desprende de sus nubes de llanto,
tu rostro que se interna noche adentro
hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa.

3

Puedes querer el alba
cuando ames.

Puedes
venir a reclamarte como eras.
He conservado intacto tu paisaje.

Lo dejaré en tus manos
cuando éstas lleguen, como siempre,
anunciándote.

Puedes
venir a reclamarte como eras.

Aunque ya no seas tú.

Aunque mi voz te espere
sola en su azar
quemando
y tu dueño sea eso y mucho más.

Puedes amar el alba
cuando quieras.

Mi soledad ha aprendido a ostentarte.

Esta noche, otra noche
tú estarás
y volverá a gemir el tiempo giratorio
y los labios dirán
esta paz ahora esta paz ahora.

Ahora puedes venir a reclamarte,
penetrar en tus sábanas de alegre angustia,
reconocer tu tibio corazón sin excusas,
los cuadros persuadidos,
saberte aquí.

Habrá para vivir cualquier huida
y el momento de la espuma y el sol
que aquí permanecieron.

Habrá para aprender otra piedad
y el momento del sueño y el amor
que aquí permanecieron.

Esta noche, otra noche
tú estarás,
tibia estarás al alcance de mis ojos,
lejos ya de la ausencia que no nos pertenece.

He conservado intacto tu paisaje
pero no sé hasta dónde está intacto sin ti,
sin que tú le prometas horizontes de niebla,
sin que tú le reclames su ventana de arena.

Puedes querer el alba cuando ames.

Debes venir a reclamarte como eras.

Aunque ya no seas tú,
aunque contigo traigas
dolor y otros milagros.

Aunque seas otro rostro
de tu cielo hacia mí.

En esta nueva sección abordaremos la nave del tiempo e iremos hacia atrás....


ENTREVISTA CON VICENTE HUIDOBRO: SANTIAGO, 1925

Por:Juan Emar
La Nación (Santiago de Chile), 29 de abril de 1925


Con la llegada de Vicente Huidobro pensé hacer una entrevista para las Notas de Arte. Propósito algo ingenuo. Huidobro es irreductible al periodismo. Me limito a transcribir sintetizadas sus diferentes opiniones oídas en el curso de largas charlas.

Todo el mundo ha hablado de Huidobro; todo el mundo en todo el mundo: París, Madrid, Berlín, Estocolmo, Nueva York, etc. Me parece haber llegado el momento de hablar en Chile de Huidobro en Chile.

El creacionismo va tras de crear, en poesía, un hecho nuevo. Creado el hecho, él es nuevo para cualquier ser en cualquier parte. Mas, para nosotros chilenos, él es más que nuevo, es absurdo, abracadabrante, terremoto, porque digamos verdad: aquí en Chile, que yo sepa -salvo aisladas excepciones- nunca he visto ni el intento de comprender las artes como una creación y con relación a la naturaleza como una recreación, como un paralelo. Aquí nos limitamos a hablar o pintar nuestras preocupaciones cotidianas con una fraseología llamada poética o con pinceladas llamadas maestras. Esto es demasiada modestia de parte de los artistas, modestia por no decir otra cosa: resignarse a ser un eco perpetuo de los anhelos insatisfechos de cada buen señor...
Donde los artistas están encantados de este simpático rol de victrolas o de puzzles para el aburrimiento diario, caen bien las siguientes líneas de Huidobro que traduzco del artículo «Le Créationnisme» de su libro en prensa Manifeste manifestes.

«Un poema es una cosa que no puede existir más que en la cabeza del poeta, no es hermoso por recuerdo, no es hermoso porque nos recuerde cosas vistas que eran hermosas, ni porque describa hermosas cosas que tenemos la posibilidad de ver. Es hermoso en sí y no admite términos de comparación. No puede concebirse fuera del libro.

Nada tiene de semejante a él en el mundo externo, vuelve real lo que no existe, es decir, vuélvese sí mismo realidad. Crea lo maravilloso y le da una vida propia; crea situaciones extraordinarias que jamás podrán existir en la verdad y a causa de esto deben existir en el poema a fin de que existan en alguna parte.

Cuando Nada tiene de semejante a él en el mundo externo, vuelve real lo que no existe, es yo escribo: "L'oiseau niché sur l'arc-en-ciel" os presento un fenómeno nuevo, algo que nunca habéis visto, que nunca veréis y que, sin embargo, mucho nos gustaría ver.

Un poeta debe decir aquellas cosas que sin él nunca serían dichas.»

Entramos a lo esencial del arte, a una cuestión básica, a una cuestión de principio: el artista debe repetir las visiones de la vida o el artista debe volver a crear la vida. 0 victrola o creador.

Ahora, un vistazo al pasado y no se hallará ni un verdadero artista que con los hechos y cosas de la vida no se haya decidido más que a crear.

De un hombre así como Vicente Huidobro, artista, poeta decidido sin términos medios, sin transacciones, es interesante conocer las opiniones sobre el arte de hoy en esa Europa donde los valores chocan, se golpean, caen y suben y donde nunca se cansan de revisarlos y de aproximarse a la más estricta mise en place.

Los principales valores poéticos de Europa -me dice Huidobro- son en Francia, Tristán Tzara y Paul Eluard; Arp en Alemania; nadie en Italia ni en Inglaterra, y en lengua castellana sólo Juan Larrea y Gerardo Diego.

-¿Y en prosa?

-Nadie, y después de nadie en la prosa poética algunas páginas de León Paul Fargue y raras de Louis Aragón y como polemista Georges Ribémont-Dessaignes.

-¿Pintura?

-Pablo Picasso, Georges Braque y Juan Gris y no olvidemos a Henri Matisse.

-¿Escultura?

-Lipchitz y Laurens.

-¿Y arquitectura?

-Jeanneret.

Dos palabras a propósito de éste. Jeanneret y el arquitecto Le Coibusier Saugnier son una misma y única persona. Este último nombre aparece como el de autor en el libro Vers une aichitecture (G. Cres et Cie., 21, rue Hautefeuille, París), libro que no me cansaré de aconsejar, no sólo a los arquitectos sino a todos los artistas. En ninguna parte he leído tan claramente expuesta la cuestión de «el problema bien planteado» como base de un desenvolvimiento artístico. Pero sigamos.

Hay una pregunta que siempre hago a cuantos sé que han conocido el movimiento artístico moderno. Ella es como un resumen, como una síntesis de todas las corrientes que hoy se manifiestan:

-¿Hacia dónde tiende en globo como si pudiéramos juzgarlo con un siglo de perspectivas todo lo que tiene valor en el movimiento actual?

Le pido a Huidobro tiene respuesta corta, clara, que encierre, un último examen, lo que tengan de común los artistas vivos de nuestra época. Huidobro me responde:

-Tiende hacia el polo más opuesto del naturalismo y del realismo. Se trata de crear una obra que sea bella por sí misma y no por sus semejanzas o reproducción del mundo externo.

Bajo este punto de vista, Huidobro coloca como realización del objetivo al creacionismo y al cubismo.

-¿Y el futurismo? le pregunto. Huidobro contesta:

-No quiero hablar de esa imbecilidad.

-¿Y el dadaísmo?

Ha sido una desinfección, una escoba barredora de falsos valores, una higiene.

Otro día hemos hablado de Chile. He pedido una respuesta global, la que dé la primera impresión que siente el ausente durante muchos años antes que consideraciones locales, comparaciones y cálculos adapten su juicio al medio.

Me dice Huidobro:

¿Primera impresión de Chile? Ningún adelanto. Creer en adelantos es vivir de ilusiones. Siempre las mismas caras tristes. La gente baila llorando y me han dicho que en el Parque Forestal a las parejas las alumbran los guardias con una linterna...

-Sí, pero... al fin y al cabo el baile y las linternas no son...

-¡Son! Una linterna en si no representará gran cosa, pero sí representa un valor como símbolo de la mentalidad de un país. Es un síntoma de la idiotez reinante. Querer reducir toda una ciudad a un patio de colegio jesuita vigilado por el paco de la esquina y que 500.000 habitantes queden tan tranquilos, significa más que una linterna sola, significa un síntoma de enfermedad mortal.

-¿Un remedio?

No veo otro más que la inmigración. Para hacer de Chile un país grande, el grito de guerra de todo verdadero patriota debe ser: ahogar, confundir al criollo en sangre rubia del norte de Europa.

Otro día, hablando de arte Sur-Americano:

-¿Qué hay de cierto de los triunfos suramericanos en Europa?

-¡Mentira! La opinión que hay en Europa sobre las artes y letras suramericanas es que ellas se arrastran peniblemente tras las europeas. Por desgracia, esto es cierto; prueba de ello es que no se ha visto nunca a ningún suramericano que haya sido iniciador de una nueva estética o teoría filosófica, ni que haya participado en algún movimiento europeo, cuando el movimiento se desarrollaba. Los suramericanos, sea por falta de temperamento o por ignorancia o cobardía -no lo sé-, viven con años de años de retraso, meciéndose en dulce pereza intelectual. Así, el Romanticismo aparece aquí cuarenta años más tarde que en Francia; el Simbolismo, veinte años; el Impresionismo, treinta años; etc., etc. En resumen, aquí sólo se aceptan los cadáveres y los museos. ¡Al menos si entendieran «la lección del museo», que es evolución constante! Pero no. ¡Existe la eterna desconfianza criolla... Creo que en América desde el polo norte al polo sur, sólo ha habido dos poetas: Edgar Poe y Rubén Darío. Lo demás: arpegios de loros!

-¿Y qué más sobre nuestras letras?

-Una cosa que he notado al recibir de varios poetas jóvenes de distintos puntos del país, sus revistas y libros. Veo que aún síguese aquí con la creencia de la poesía grandiosa, vigorosa, hecha por el simple empleo de adjetivos y sustantivos inmensos, confundiendo la fuerza externa, la grandilocuencia y la declamatoria, con el verdadero vigor. Creen algunos que por hacerse una pequeña lista de sustantivos y adjetivos formidables, que por decir: «huracán, infinito, montañas, planetas, destino», ya son grandes, cuando la verdadera fuerza consiste en ser fuerte sin necesidad de usar nada fuerte. Rafael es más fuerte al pintar la mano de una madona que un pintor yanqui pintando los biceps de Jack Dempsey. En este caso, la fuerza está en Dempsey y no en el pintor. Creer lo contrario, es una simple confusión de valores. Lo «colosal» es siempre débil por ser infantil.

No hay que dejarse dominar por los elementos. Los poetas de aquí me dan la impresión de seres aplastados por lo inmenso. La verdadera fuerza consiste en dominar.

Estas palabras me recuerdan la frase dicha por Huidobro en una conferencia, frase que fue aplaudida por la juventud intelectual que le escuchaba.

«Un poema es una partida de ajedrez jugada contra el infinito.»

Muchas cosas más me ha dicho Huidobro. Por el momento terminemos.
Ya seguiré anotando sus ideas para próximas crónicas.

ESCOLA MASSANA:

El arte como símbolo de modernidad.


El antiguo hospital la Santa Creu alberga desde su creación el 14 de enero de 1929 el centro municipal de arte y diseño de la ciudad de Barcelona. Los ciudadanos catalanes siempre han mostrado un interés y amor particular tanto por su ciudad como por las artes que de ella emanan. Agustí Massana i Pujol (1855-1921), importante pastelero de la calle Ferrán no fue la excepción: al donar 500,000 pesetas al Ayuntamiento de la Ciudad Condal para “la creación y sostenimiento de una escuela de artes con el fin de dar oportunidad de estudiar y aprender, por una módica colegiatura, a jóvenes obreros y personas dedicadas a especialidades industriales que necesitaran una preparación y cultura artísticas” ha permitido hasta el día de hoy la pluralidad y el respeto al ser creativo de cada uno de los maestros y alumnos del centro, respetando ideologías, tendencias, una administración que ha permitido el resguardo de los derechos sindicales del profesorado, el entorno político y social del país y de la ciudad.

El ideario pedagógico de la Escuela Massana se inspira en las ideas novecentistas de Francesc de P. Galí, mismo que defiende el respeto de considerar al alumno como un verdadero artista, a quien los profesores aportan el máximo de conocimientos técnicos, siempre marcando las pautas al tener especial cuidado en guiar al educando en las ventajas e inconvenientes que pudiesen presentar sus proyectos, pero respetando su integridad como artista.

Cada pasillo, cada esquina y aula de la escuela refleja el compromiso con el arte; al platicar con maestros en activo puede uno descubrir, si pone la suficiente atención, el amor por el arte, por el debate abierto al conocimiento, donde se percibe una de las máximas del maestro fotógrafo alemán, Ernest Hass: “el arte para ser considerado arte debe contener al menos tres principios: tener técnica, contar una historia y causar un impacto”

Bocetos, pinturas y esculturas presentes en cada aula de la escuela dan fe del trabajo cotidiano de alumnos, cuentan las anónimas y humanas historias de quienes buscan forjarse un futuro en las artes.

En ellos se puede percibir vestigios del arte de Josep Renau, artista valenciano padre del fotomontaje español, cartelista y ex ministro de Propaganda de la República española, también influencia del arte de Eduard Munch y por qué no, de la Escuela de Artes y Oficios de Viena, alma mater de artistas de la talla de Gustav Klimt, Óscar Kokoschka y Egon Schiele del famoso grupo de secesión de Viena.



Reminiscencias simbólicas tan arraigadas que constituyen verdaderos sistemas de normas e ideas que penetran los sentidos en una traslación de significados sensoriales.

La escuela no está exenta de historias urbanas como aquellas de que artistas de Hollywood como Robert Redford o Clint Eastwood estudiaron en sus aulas; el primero siendo hijo de diplomáticos estadounidenses cuando era adolescente, y el segundo durante un receso en la filmación de un spaghetti western en Almería. O de los supuestos fantasmas que algunos alumnos juran haber visto por los pasillos de la escuela, espíritus quizá de aquellos que murieron durante el período en que el edificio era un hospital –desde tiempos tan lejanos como la Edad Media hasta el siglo XIX-. Sin duda alguna, el personaje –que siendo casualidad o premonición- más famoso que, desgraciadamente, murió en aquellas instalaciones fue el genial arquitecto Antoni Gaudí; atropellado por un tranvía, fue llevado de urgencia al hospital pensando que era un mendigo; regó simbólica y humanamente con su sangre las baldosas que años después albergarían las artes catalanas. De hecho, hay una placa en el exterior de la escuela que rememora este episodio histórico de la ciudad, misma que poca gente ve cuando visita la parte exterior del edificio por encontrarse detrás de una cerca de metal que impide verla con facilidad.



Desde su fundación, una de las preocupaciones de la dirección ha sido el fomentar el intercambio cultural y artístico de alumnos y profesores con escuelas de arte en otras partes de Europa, para lo cual la escuela forma parte de ELIA (European League of Institutes of the Arts) permitiendo a sus alumnos confrontar su acervo artístico y la experiencia docente con las diferentes tradiciones culturales en el ámbito europeo.

Durante más de 75 años la Escola Massana de artes ha sido, y sin duda alguna seguirá siendo, uno de los indiscutibles pilares de la tradición artística del pueblo catalán.





NOTA:

Agradecemos las atenciones recibidas de los maestros Ferrán Signes, director de la Escola Massana, y Xavi Capmany, director de Relaciones Externas de la misma.

Para más información de los cursos y estudios profesionales pueden visitar la página web de la escuela: www.escolamassana.es

PABLO NERUDA: “MÉXICO EL ÚLTIMO DE LOS PAÍSES MÁGICOS”.

Por Washington Daniel Gorosito Pérez*

MEXICO: Hablar de Pablo Neruda o mejor dicho Neftalí Reyes, es hablar de amor, exilio, ideología, lucha, solidaridad, poesía y unión latinoamericana.
Pero, ¿que decía Pablo Neruda sobre nuestro país? Quiero compartir un fragmento de “México, florido y espinudo” donde el escritor trasandino muestra el amor por nuestra tierra.
Vagué por México, corrí por todas sus costas, sus altos acantilados, incendiados por un perpetuo relámpago fosfórico.
Desde Topolobambo bajé por esos nombres hemisféricos, ásperos nombres que los dioses dejaron de herencia a México cuando en su territorio entraron a mandar los hombres, menos crueles que los dioses.
Anduve por todas esas sílabas de misterio y esplendor, por esos sonidos aurorales.
Sonora y Yucatán, Anáhuac, que se levanta como un brasero frío donde llegan todos los confusos aromas desde Nayarit a Michoacán, desde donde se percibe el humo de la pequeña isla de Janitzio y el azufre del nuevo volcán del Paricutín juntándose en la humedad fragante de los pescados del lago de Pátzcuaro.
México, el último de los países mágicos, mágico de antigüedad y de historia, mágico de cultura y geografía.
Valles abruptos atajados por inmensas paredes de roca, de cuando en cuando se ven colinas elevadas recortadas al ras como por un cuchillo, inmensas selvas tropicales fervientes de madera y de serpientes, de pájaros y de leyendas.
Y no hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y su gente.
A través de sus aciertos luminosos, como a través de sus gigantescos errores, se ve la misma cadena de grandiosidad generosidad, de vitalidad profunda, de palpitante historia de germinación inagotable.
Con el siguiente poema vaya mi homenaje a ese gran poeta americano y universal.
Mirada poética al Sur
Hacia donde mira el poeta,
a las oscuras, ígneas, difusas,
hendiduras del alma.
Inicia viajes sin horizontes reconocibles
a través de su escritura
a lugaressólo visitados por él.
Otras veces se sumerge en los pantanos
más lúgubres del alma,
se transforma en explorador
de insondables veredas.
Habla del olvido sin retorno,
del exilio,de las sombras,
de los cielos y fantasmas,
del amor y del encono,
del delirio y la soledad,
de la mirada y el tacto,
del recuerdo y los ecos,
del hombre y la mujer,
de vida y muerte,de amor y guerra.
Mira al norte y al sur,
navega sin cesar,
buscando su Isla Negra
para anclar.